miércoles, 2 de septiembre de 2009

MIÉRCOLES, 2 DE SEPTIEMBRE


Ningún estupor, todavía, como el del suicidio. En la ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza, un peatón ha fallecido al caerle encima una mujer que saltó desde el octavo piso. ¿Qué es esto jurídicamente? ¿Un suicidio seguido –seguido, en cuanto a que la decisión del suicidio es anterior– de homicidio involuntario? Es lo que, sesenta años atrás, por estas mismas fechas, y a instancias de un testigo curioso de un caso semejante, se cuestionaba Ruano en La Vanguardia Española. Menuda rentrée. ¿Suicidio de verano y melancolía de otoño? ¿Melancolía de otoño y olvido de invierno? ¿Qué viento corría en ese octavo piso, rondándole el oído a la mujer como un abejón del infortunio y la obsesión? Ruano llevaba razón: casi todas las caídas de la mujer las sufre el hombre. Y por eso lo que debía estar muy prohibido, pero que muy prohibido, es arrojarse por una ventana, sin mirar antes quién pasa.

Ignacio Ruiz Quintano