sábado, 26 de septiembre de 2009

SÁBADO, 26 DE SEPTIEMBRE

PIES, PARA QUÉ OS QUIERO
Gracias a la grillera televisiva en torno a Paquirri y a la hemeroteca de Abc, he dado con los dos pies de portada que tuve el privilegio periodístico de redactar. "Un pie Abc", decía el director, queriendo decir un pie literario, de esos que hoy ningún jefe de la cosa consentiría en publicar. El primero, la muerte de Paquirri, salió de un tirón. El segundo, la muerte de Yiyo, escrito en la mesa de la sección de Religión, entre la de Cultura y la de Hueco, en la madrileña calle de Serrano, mientras Luis García, que trajo la noticia de Colmenar, reproducía la funesta cogida hincándote, a modo de cuerno, el dedo en el costillar, dio lugar a una discusión director/redactor sobre complementos directos e indirectos: ¿"matarle" o "matarlo"? Se impuso el criterio del director, que además era académico. Ahora que han pasado veinticinco años, veo esos pies y veo que, salvo "matarle", eran buenos.



LA ULTIMA TARDE EN HOMBROS
Todo empieza acabando: acabó el hombre, pero empieza el mito. Es el sino de los toreros que, como cumpliendo la sentencia homérica de que los dioses tejen desdichas para que los hombres tengan algo que cantar, por la grieta de la muerte entran en la inmensidad de la leyenda. Un toro negro se llevó a Francisco Rivera Paquirri vistiendo de luto a España entera. Sevilla, en su nombre, puso las lágrimas, mientras despedía al torero con vítores y aplausos desde el coso de la Maestranza.
29 de Septiembre de 1984



EL TORO QUE HA DE MATARLE ESTÁ COMIENDO YERBA
Ayer fue la última tarde en hombros de José Cubero Yiyo. Madrid vivió estremecido la jornada de dolor por la muerte de un torero madrileño de veintiún años. Yiyo y "Burlero" han compuesto para la historia del arte del toreo la trágica estampa que Valle- lnclán soñó para lo gloria de Belmonte: que ni toro ni torero puedan separarse nunca más. La vieja frase del temor y el temblor taurinos -el toro que ha de matarle está ya comiendo yerba- se hizo trágica realidad sobre la arena de la plaza de Colmenar. Por eso ayer, en el coso de Las Ventas, el pueblo de Madrid despidió con vítores y aplausos al cuerpo del torero, enterrado después en el cementerio de la Almudena. En el momento de la inhumación se produjo la tremenda escena que viene a nuestra portada. Descubierto el ataúd, entre el dolor de los familiares, la madre de Yiyo sufre un desvanecimiento en brazos del padre. Recuperada, daría el último beso al torero muerto, mientras las sombras del atardecer caían sobre un Madrid entristecido y doliente.
1 de Septiembre de 1885

Ignacio Ruiz Quintano