SÓLO PIENSO EN TI
Ahora sí que los violines del otoño hieren nuestro corazón con monótona languidez. Hojeando a Edgar Wind, el tipo que escribía las conferencias después de darlas, tropiezo con esta parábola proustiana:
Un niño de diez años promete a una niña mayor que él amarla sólo con el pensamiento ("un amour purement cérebral"). Se pasa horas asomado a la ventana para verla pasar. Vive en un trance. Sin embargo, en una ocasión habla con ella y sobreviene la crisis, ya que percibe el contraste entre la perfección de su sueño y la imperfección de su experiencia. Finalmente, se tira por la ventana y la caída lo deja idiota. La chica insiste en vivir con él, pero muere sin haber logrado que él la reconozca.
Para Wind, la moraleja de la historia es que la niña simboliza la vida. "La soñamos y la amamos por soñarla." Lo único que no se debe hacer es intentar vivirla; si no, como el niño, se cae en la necedad. Pero esto no sucede súbitamente, pues en la vida todo se degrada por matices imperceptibles. Al cabo de diez años, uno vive como un buey, sólo para la hierba que puede comer en el momento.
Vuelvo otra vez a la mirada de Ullán: la mirada de Dieste, contemplando una tarde, en Rianxo, el paso de una niña y una vaca. Zaid, testigo del paso de la misma niña y la misma vaca, hizo el aclarado: la niña era la inocencia. ¿Y la vaca? La vaca era la mansedumbre. Y la inocencia, indica Ullán, no ocultaba su particular firmeza: ese dejarse guiar por lo que viene detrás. Mientras que la mansedumbre consistía en dejarse llevar por el ritmo del corazón. Porque las vacas sienten veneración por las niñas. Una veneración que nace del asombro que les produce encontrarse de pronto ahí, al lado de una figura tan perfecta.
Ignacio Ruiz Quintano
Ignacio Ruiz Quintano