viernes, 17 de octubre de 2014

Éxtasis




Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Dicen que el momento de la venida al mundo es un momento de angustia mortal, en el que acumulamos una reserva de pánico para toda la vida.

Pánico porque retiran las tarjetas-fantasmas y se vacían los restaurantes: al hecho de no tener de qué hablar, como decía Lopera (“¡lo que diga don Manué!”), se une el hecho de no tener con qué pagar.

Vamos a echar de menos a aquellos traperos del tiempo que eran los de las tarjetas-fantasmas.

¿Y usted cómo se las arregla para pasar consulta y escribir libros? –le preguntaron al doctor Marañón.
Soy un trapero del tiempo.
Como Santín, el hombre que emocionó a Spielberg de tantos libros como compraba, entre tanta obra social en la caja y tanta brasa moral (no otra cosa es el comunismo) en la Complutense, que sólo tenía un rato para acercarse al cajero de madrugada. Un español viejo: autoritario (“yo aparco donde se me pone…”), pero austero (de calcetín tomatero) y con cara de no terminar de pasarlo nunca bien, cuando Madrid está hecho para pasarlo bien.

Esta nación (España), este Madrid, está hecho para no tener dinero y pasarlo bien –le dijo a Ruano, en el 31, Edgar Neville, arrojado de Hollywood por la crisis.

Neville venía de la Gran Depresión, donde el pánico se notaba mucho porque un americano, decía, está constituido para trabajar, y cuando no trabaja no sabe lo que hacer: “Ha nacido para trabajar y para ganar dinero. Por eso en América no hay cafés. Aquí pasa lo contrario. Esto es admirable”.

Con el dinero fácil Madrid cerró sus cafés y hoy todo lo que hay “para que lo pases bien” es una bicicleta, y los domingos, ese almuerzo familiar en el chino, donde vuelve a oírse al niño penosito que a los postres exclama: “¡Tengo hambre!”. Y el padre (tanteándose el bolsillo):

Comes luego. En casa.
¡Padres!
Como la sombra del padre de Hamlet cruza por la terraza del castillo de Kromborg, así el fantasma de Grecia se pasea por el propileo de la Bolsa. Pánico, que es un éxtasis negativo.