sábado, 18 de octubre de 2014

Amigovio

Nico con sus "amigovios" José Ricardo el Navegante
 (en San José, Almería); Rosell, el de la cara que lo señala
 como pagafantas; Méndez, el Largo de Badajoz;
  y Arturo, el Atila de las cocinas
En el país de los académicos Pérez Reverte y Muñoz Molina, Nico es rey (de la calle)
(Foto: Periodista Digital)

Hughes
Abc

La acuñación de la palabra “amigovio” por parte de la RAE me ha dejado patidifuso. Paty Diphuso, que diría Almodóvar. Porque en realidad, no ha recogido una palabra de la calle, sino que la han creado. Los académicos (fantaseo con una Academia con todas las escritoras presentadoras) tienen con la calle una relación complicada, cada vez más, porque todo va muy rápido. Podrían haber acuñado la palabra follamigo, que existe y es real. Una palabra maravillosa porque incide en un problema de nuestro idioma: la rigidez para lo sentimental. Entre amigo, novio, esposo hay mundos muy grandes que no se pueden mencionar. Ahí incide el qué somos, que alguna vez nos preguntan. “¿Y tú quién te crees que soy, yo, ¡el profesor Blecua!?”. La palabra follamigo ha sido rechazada por algo que parece un escrúpulo. Es fea, algo procaz, entonces se han sacado de la manda “amigovio”, que a mí me suena sólo a Guiovio, por Eleonora, la periodista. Pero el amigovio aquí no lo ha dicho nadie. Entonces nos damos cuenta de que la RAE no ha creado una palabra, sino la mitad de una palabra, el… ¿significante? La parte material de la misma. Han creado las letras, los fonemas, las sílabas, pero sin significado. Maravillosa creatividad por pura impotencia de la RAE, que sólo tiene ya, superada por la realidad, dos misiones: 1) Cuidar lo que heredaron, es decir, una misión de tradición, mirando al pasado y 2) inventarse nuevas palabras. Como ante lo nuevo son incapaces, simplemente pueden aportar palabras ramoniananamente. D’Ors fue el gran creador de palabras, en mi opinión. Creo que alipori, por ejemplo, que es una de mis palabras preferidas, es suya. Pues bien, ¡es que ése es el papel de la Academia! No la Academia Breve, sino brevísima de la RAE. El neologismo absurdo que la calle llene de contenido y cuidar el legado de palabras que ya nadie usa. Eso yo creo que lo pueden hacer oscuros profesores y todas las estupendas escritoras con programa de televisión, o las Pilar Eyre, divetidas, humanísimas, mundanas.

Esto del significado y del significante me ha hecho recordar a Saussure. Cuando se estudiaba a Saussure en la escuela el niño ya definía su derrotero por cómo se decidía a pronunciar el Ferdinand de Saussure. Qué delicioso afrancesamiento casi versallesco del niño estudioso… Yo creo que en algún momento lo pronuncié sacando el pañuelo de los mocos que mi madre metía en mi bolsillo, como si fuese un pañuelito perfumado y yo un caballero rococó en Las Amistades peligrosas.

Pero sí, follamigo, esa palabra sin significado (alguien proponía que fuera el acto femenino de tirarse al amigo del novio) demuestra cuál ha de ser el nuevo papel de la RAE y, además, lo hace en ese territorio difícil del amor en el que siempre patina el español. ¡Moralista la RAE que nos rechaza el follamigo y toda su informal folleteo lleno de risas y flexibilidad para imponer nos el amigovio, que es un amigo que no folla, un amigo que quiere ser novio! ¿No está el pagafantas en ese territorio?

Qué desastre de moralismo, señor, qué desastre.