martes, 29 de julio de 2014

Espía como puedas




Beatriz Manjón
Abc

El otro día se personó en mi casa el cuerpo, que para desgracia de mi pariente no era Elle Macpherson, sino una pareja de agentes de la unidad de delitos tecnológicos. Inmediatamente, recordé aquella tediosa tarde en la que estuve tentada de piratear una peli de Mario Casas. Ya dijo Ruano que la hora del aburrimiento es la hora de los grandes, estúpidos e irremediables peligros.

Hablé con la policía intentando no contradecirme, a ver cómo explica una que se contradice porque contiene multitudes, como Whitman. «No, no, es mucho más grave», y miré a mi marido como Yocasta suplicando a Edipo que no siguiera investigando. A falta de la Sophia Burset de «Orange is the new Black», me imaginé aplicándome yo misma el tinte en la trena, sintiéndome un poco Tita Thyssen. Me inventaría otra identidad, como el estafador Bertone creó al honorable general de la Rovere, e intentaría animar al personal como Bridget Jones, pero con sujetadores de menor envergadura.Por fin concretaron el delito: desde nuestra dirección IP se habían crackeado cuentas bancarias, ninguna de los Pujol, que sepamos.

«Crackea, crackea» es el grito de guerra del chiquilicuatre, algo relativamente sencillo si nuestra contraseña es la que aparece en el módem. Fisgamos y nos acechan. Birlamos información y nos la roban. Distinto sería si este artículo lo estuviera aporreando desde una máquina de escribir, como una Jessica Fletcher con escote, pues más de un crimen he escrito.

No extraña que los espías las estén desempolvando. Dejémonos de tanto selfie inguinal y posemos desnudos tras ellas, como Umbral, ante la mirada sólo de quien elijamos, tecleando sin consultar en Google, tal vez sin nada que decir, que es cuando mejor se escribe decía el autor de «Mortal y Rosa», y sin más temor que al folio en blanco.