sábado, 26 de julio de 2014

El decibelio


Bulevar de Juan Bravo, hoy
El PP ha conseguido en la capital el silencio eterno de los espacios infinitos
 que tanto temía Pascal



Hughes
Abc

Las nuevas ordenanzas (nuevas disposiciones de la noche) del Ayuntamiento de Sevilla prohíben jugar al dominó en la calle. La verdad es que el fichazo definitivo en las mejores partidas de dominó adquiere una gran violencia. Parecida, aunque más, claro, que la del naipe que gana una partida, que a veces se lanza con todo el alma sobre la mesa. Eso, por el camino que vamos, también lo prohíben cualquier día. Pero es que no es sólo el mate de dominó, es el beberse la cerveza junto al velador, o al ventanuco del bar, que ahora será Zona Reservada al Camarero, zona azul o verde o como quieran. Mientras apresuradamente escribo estas líneas me imagino el artículo de mañana de Antonio Burgos… Pero es que también prohíben dar las horas a las campanas.

Las izquierda se carga el país, pero la derecha se carga capitales. Valencia, con lo del ZAS (zona acústicamente saturada) se fue haciendo un aburrimiento. Mérito, Xúquer, Cánovas… Todo se fue silenciando por el descanso del buen vecino. Y Madrid está imposible. El otro día iba con un amigo por la ciudad tratando de tomar un gin tonic después de cenar y era imposible. Los camareros, con las sillas en brazos, se encogían de hombros y lo dejaban claro:

-Las ordenanzas.

¿Serán capaces de aburrir también Sevilla? Eso ya sería el colmo.

Todo el mundo habla de cambiar la Constitución, pero quizás deberíamos empezar por algo más modesto. Por cambiar las ordenanzas.

El ordenancismo disparatado ha limitado la libertad de la calle y ha reglamentado todo. Nuestro ordenamiento empieza con el reglamentarismo europeo y acaba con el municipal, pero toda la culpa la tiene la Constitución.

Con la excusa del ruido nos restringen pequeñitas libertades, los detalles del costumbrismo que antes siemplemente regulaba la buena educación.

Yo me di cuenta de la importancia del ruido como coartada o como síntoma con unas absolutamente disparatadas palabras que, con motivo del Orgullo Gay, Carla Antonelli dirigió a la Alcaldesa Botella: “Usted habla de decibelios, pero se trata de homofobia y de transfobia”. Esta declaración absurda me iluminó la importancia del decibelio. El decibelio como unidad cívica. Y también alumbró una posibilidad maravillosa, la de un partido político que lo permitiese todo, pero muy bajito.

-¡Nunca hemos estado tan bajos de decibelios!

Porque claro, vamos hacia el ruido alemán, pero sin el sueldo alemán.

Esta pequeña libertad cotidiana, que no es la gran libertad de los manifiestos, la estamos perdiendo con los decibelios, con la excusa técnica del ruido. Ojalá un liberalismo pequeño para estas cosas. La desregulación de la calle española, sometida a un ordenancismo maniático, implacable, que lo va acallando todo, sometido a la nueva autoridad del decibelio.