Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Mi Melquiades podría ser el Melquiades de García Márquez (aquel gitano que por marzo llegaba a Macondo lleno de inventos), pero con más mundo.
El
Macondo de mi Melquiades es Salgüero de Juarros, junto a Atapuerca,
cuna del hombre, en la Sierra de la Demanda, donde fue cantinero y
fundador del campeonato anual del esquileo.
Yo
lo conocí, de chico, en Gamonal: era el único que no estudiaba y, sin
embargo, siempre apuntó a más listo. Ya entonces tenía esa cosa tan
ajena a los españoles que es la pasión de la libertad. Y desapareció,
claro.
Cuarenta años después, encuentro a Melquiades en Salgüero, que es su Macondo, hecho un Vidal Sassoon de las ovejas, un campeón mundial cuyo corte virtuosísimo (¡ah, su corte “wash and go o wash and wear” de las churras!) le reclaman, a 1,30 euros el ejemplar, en Francia, en Escocia, en Estados Unidos, en Australia y en Nueva Zelanda, porque el mundo de la oveja…
–El mundo de la oveja es musulmán –me resume con un vaso de vino de Cardeña en la mano.
Melquiades
admira de los anglosajones “la organización”, una cosa, dice, él, el
anarquista supremo, que nunca tendremos en España.
Su raya actual es el Pirineo navarro, donde se ha hecho con un claro del bosque (¡Melquiades, pastor del ser!), y baja a Salgüero para la fiesta del esquileo, donde lo espera su José Arcadio Buendía.
–Un día me presentaron a Arsuaga, pero no sé ni qué quería.
Arsuaga sube de Atapuerca, y en Salgüero se habla mucho de él ahora porque ha soltado en el campo unos uros (puestos a soltar, mejor uros que euros), nombre que al feroz “bos primigenius” le puso, de oídas, Julio César, según tiene contado Ortega.
El
Ortega de esta hora es Arsuaga, que tiene la teoría de que donde crece
la retama con bolitas es porque hubo en otro tiempo... ovejitas,
hipótesis como las aventuradas tras el hallazgo de una cucharilla de
postre en la Galería y Covacha de los Zarpazos.
–Pues ahora voy a sacar una revista –me dice Melquiades.