Ignacio Ruiz Quintano
El fútbol español, que tuvo su aurora en Vizcaya, se nos hace mayor, y sus clubes, centenarios. Centenarios de verdad, y no como aquellos árboles de los que habló una vez en el Congreso el señor Nougués y Subira, experto en ferrocarriles, canales y puertos: "Árboles centenarios que tienen, lo menos, treinta o cuarenta años cada uno". El Madrid cumple hoy el suyo, y pretende celebrarlo con una Copa del Rey en el Bernabéu, aunque nadie sabe con qué portero.
Wenceslao Fernández Flórez creía que en el fútbol se puede ser portero y ser cortés. Daba el ejemplo de un portero del Celta que no defraudó al público de Chamartín sólo porque durante una tarde logró dispararse por los aires en remedo de tigre hasta seis veces sin tropezar con la pelota. "Sí, señor —se dijo el cronista, poniéndose en la piel de aquel modelo de cortesía y de comprensión bondadosa—. Si acogemos alborozadamente mediocres comedias de algunos escritores extranjeros que han suscrito manifiestos calumniosos contra España, ¿cómo negar a la propia familia el inocente júbilo del marcador?
Vaya por delante que Fernández Flórez no fue nunca lo que se dice un hincha. De hecho, se retiró del ambiente futbolístico sin haber comprendido el intríngulis del fuera de juego. En el estadio no veía sino estanterías de cabezas, y en el campo, un verde prado donde engordarían a placer diez o doce vacas. Siendo coruñesista, la tarde del Celta se sintió un celta entre los celtas y hasta notó un aumento de la "saudade", pero, en general, no se divirtió con el ir y venir de los balones, porque para ello era necesario sentir pasión. ¿Qué clase de pasión? La pasión futbolística, quepara Fernández Flórez era un sentimiento que no surgía en el estadio, sino que había que llevarlo ya elaborado de casa. Otra inferioridad del fútbol, se dijo, un espectáculo que no se apoya en virtudes propias, pues adquiere las ajenas; que no educa, pues apasiona intransigentemente; y que no figura entre los juegos más recomendables físicamente, pues daña al organismo. Y, sobre todo, no es bello: "Repasad esos abundantes fotograbados de los periódicos y decid si hay, en pleno juego, un individuo o un grupo cuyas posturas puedan encender la inspiración de un escultor".
No es que Fernández Flórez no supiera interpretarla movilidad confusa del juego. Al contrario. Observaba el obstinado zancajeo de los futbolistas, y pensaba: "Aunque su cerebro sea privilegiado, pocos minutos después de usarlo a modo de mazo para impulsar la pelota a distancias inverosímiles, sería exagerado exigirles que tuviesen sus ideas en orden".
El fútbol representa la única aplicación industrial de las piernas, pero las manos, sin cuyo concurso no habría pensamiento, son atributo del portero, que, arrimado a una jamba, dispone de tiempo para meditar. Presencia, inmóvil, la pugna angustiosa, y sabe que ́todo ocurre por meter un poco de aire forrado de cuero en su red. Él es, en última instancia, el obstáculo. ¿Cómo reprocharle, decía, que algunas veces piense con buen corazón: "¡Si en eso consiste vuestra felicidad, no quiero oponerme a ella! ¡Pasad!"?
Yo, en cambio, creo que, sin ser cortés, no se puede ser portero, y doy el ejemplo de Casillas, quien con veinte años pasa por ser ya el portero menos cortés de España. Su descortesía con el Nástic en el último minuto le costó la expulsión, pero le abrió al Madrid las puertas del Bernabéu en el día del Centenario. ¿Y qué ventila Casillas en el Centenario? La respuesta de Del Bosque parece tan simple como la que dio un teólogo al que preguntaron qué ventilaba Poncio Pilatos en el Credo: "Es una cuestión de fecha". Sólo que en fútbol hay porterías, no conserjerías.