martes, 17 de abril de 2018

Rubichis

¿Qué pasa, querido? ¿Nunca has visto una rubia antes? 
(Tallulah Bankhead a Donald Sutherland, en cuyo camerino
 se había colado completamente desnuda)


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Por consejo de Blas Botello, el astrólogo que dio a Cortés el día de la Noche Triste, me corto el pelo por lunas, y hoy, de cuatro caballeros cárdenos en fila ante el espejo, uno, yo, se sentaba para cortar, y los demás, para teñir… de rubichis, mientras parloteaban como “tricoteuses” sobre la cabeza de Cecé, rubichi como la “Primavera” de Botticelli, presta a caer en el cesto de Mariano, el hombre que da tono (jabonero sucio, en toro) al pelo del español corriente, que es trumpiano de peluquería.

La socialdemocracia (economía de derechas, cultura de izquierdas y gobierno de centro) es rubichi. España es rabiosamente socialdemócrata, y los españoles, al madurar, rompen, gracias a los tintes, en Febos Apolos tan doradetes que cualquier hispanista diría que descienden de los criados tudescos de Carlos V, que era un emperador rubio como la cerveza que vino a Tazones en un barco de nombre extranjero (según Albornoz, tercer desembarco infausto, con Tariq en Tarifa y Colón en San Salvador).

De Franco se cuenta que, al volar a Tetuán para dar el golpe, ordenó al piloto caracolear despacio, y no aterrizó hasta ver en el aeródromo los rizos blondos del coronel Saenz de Buruaga:

¡El rubito!
Con semejantes señas, hoy hubiera sido imposible el 18 de Julio, y por eso la Democracia Que Tanto Nos Ha Costado anima a sus hijos a mantenerse jóvenes, que es decir rubichis, en el ideal, y “al ritmo de Rajoy”, otro Dato, representante, según el gran señorito de esta Casa, Manuel Bueno, del “escepticismo estático” en pos, por todo ideal, de la quietud bien vestida, frente al “escepticismo dinámico” y el ruido infecundo de Romanones, que, para el periodismo divertido, es el que ahora nos falta.

La Democracia es muy agradecida, y se entusiasma con el hombre de letras que quiere servirla.
Eso dijo un día Lerroux a Pío Baroja en el Café Inglés, adonde lo había invitado a comer para proponerle entrar en su partido.

Baroja no era rubio, pero gastaba boina azul.