sábado, 28 de abril de 2018

Pensiones

Cajal


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Don Santiago Ramón y Cajal, único sabio español que hemos tenido, murió de un aire cuando le denegaron las 25.000 pesetas anuales (150 euros) de pensión.
Español, porque todo lo hizo aquí, desde ayudar a su padre, cirujano, a adquirir “material anatómico” a la luz de la luna en el camposanto de su pueblo, Petilla de Aragón, hasta pasarse la vida mirando el mundo a la manera más española: sin salir de casa y alternando, sin término medio, el microscopio en el laboratorio con el telescopio en la terraza. Así le cayeron el Helmholtz alemán y el Nobel sueco. Cuando el Estado lo apeó de la cátedra con el papel barba de la jubilación forzosa, el sabio era pobre como una rata, y unos amigos pidieron para él una pensión al Congreso, pero al ministro Bugallal, que iba de Montoro fino (moriría en el Savoy de París), le pareció “un tributo funesto”, y setenta diputados votaron que sí y ciento cuatro votaron que no.

¿Pensión o tributo? Nada menos que Bodino, el hombre que con su teoría de la soberanía inventa el Estado, es quien recoge la controversia entre el emperador alemán y el sultán turco sobre si lo que debía pagar el emperador al sultán era una pensión, como quería el deudor, o un tributo, como quería el acreedor, en una época en que los conceptos jurídicos eran abiertos y objetivos.

Hoy las pensiones son la pirotecnia con que el Estado de Partidos celebra sus cosas. Por ejemplo, el fin de la crisis.

Cautivo y desarmado, etcétera, la crisis ha terminado.
Eso dijo Montoro, mezcla de veleta de “Alfanhuí” (aquel gallo de chapa que se bajaba de noche a las piedras a cazar lagartos a picotazos de hierro) y de Goudchaux, el banquero-político que recompuso para el orleanismo, que es lo nuestro, la recaudación francesa tras la revolución de 1848, “uno de los más valientes hombrecitos que pudieran encontrarse”, según Tocqueville: “petulante, irascible y litigante”, no podía hablar de un presupuesto “sin derramar lágrimas”.

Y te suben quince euros.