Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La pastela de la Reforma Constitucional que hay en la cocina debe de ser un calco de la Irreal Federación Española de “Fulbo” de Villar y Larrea: un negocio español regentado por vascos y catalanes, que son los listos, con la camiseta del republicanismo federal que pregona Pedro Sánchez, mientras los demás españoles, que son los tontos, tocan el bombo de Manolo el del Bombo.
–¡Es la hora del patriotismo constitucional! –anuncian en el periódico global los césares depilados de trovar lirismos.
El “patriotismo constitucional” es una pamema puesta de moda por Habermas, madre superiora de la socialdemocracia, porque cualquier “patriotismo alemán” remite mentalmente al cabo bohemio. A Peces, que obraba como una urraca con todo lo que relucía, le gustó, y se la pasó a Cebrián, que, Fénelon mediante, la compró.
Así que, con eso, en España morir por la Patria implicaría morir por una mala traducción (por ejemplo, el 155) de la Ley Fundamental de Alemania, que ni siquiera es una Constitución. Claro que tampoco Puigdemont es Antonio Pérez y la hispanofobia de guardia le concede trato de tal.
El caso, como decíamos ayer hablando de Jünger, es mantener cautiva la atención de la gente mientras se ejecutan las manipulaciones. Nos entretienen con la constitución escrita, que nadie cumple, mientras hábilmente, “con obstinación al servicio de un odio”, van cortando hilo a hilo el amarre espiritual (¡la constitución material!) con España, tela de araña tejida a lo largo de siglos y siglos.
“¿Cómo hacer para que aprendan catalán los inmigrantes?”, preguntó Pujol a un francés experto en ingeniería social.
–Que los niños aprendan catalán en el colegio y por la tarde hablarán en catalán con sus padres, que también tendrán que hablar catalán.
España nunca saldrá del viejo régimen, cuyos partidos no estaban para servir a la Nación, sino para mantenerse de ella. ¡La “vividura”!, que diría Castro (Américo, el pedante de Cantagalo, no Fidel, el hampón de Birán).