jueves, 30 de noviembre de 2017

El burka occidental



Hughes
Abc

No todos los días podemos ver algo genial, auténticamente genial. Así califico lo que ha hecho Agatha Ruiz de la Prada: ir a firmar su divorcio de Pedro J. vestida con burka. “No quiero que mi ex me vuelva a ver”, ha dicho a “¡Hola!”

La apropiación del burka es una genialidad desmesurada, un acto cultural de mucho calado. Seguro que ha habido diseñadores que lo han sacado en algún desfile, pero ella además le ha dado un uso. Y qué uso. Agatha quiere invisibilizarse. Cuando todo el mundo lucha por la “visibilidad”, ella se oculta. No por pudor, sino por despecho. Quiere privar a su ex del privilegio de verla. No lo hace entonces para que sólo la vea el amado, lo hace para que sólo él no pueda verla. Es el burka al revés. El burka occidental. No me reservo a ti, sino que me oculto a ti. No es el burka contra el mundo, sino contra uno. Te me codifico.

¿Se convierte así en un burka posiblemente feminista? La mujer decide quién la mira. Actualiza el “para ti estoy muerta”, establece una orden de alejamiento visual. Recupera del mundo musulmán la invisibilidad y se apodera, se hace con ella. ¡Se “empodera” de celosía! ¡Recupera el velo para Occidente! Ágatha hace un viaje de siglos que nos deja temblando.

Pero esto…¿ Esto se ha hecho antes? Ha cogido esa prenda-enrejado y se ha hecho moruna, medieval, se ha ocultado. Se ha ido del mundo, se le ha clausurado a Pedro Jota. Una mujer tan libre como para permitirse el burka, que ya no es el de la sumisión, sino el del repudio.

Imagínenese que en un próximo acto social ella y Pedro Jota coincidiesen y que, siguiendo con su decisión, la diseñadora hiciera acto de presencia con burka. ¿Se le podría prohibir? ¿Verdad que no?
Esto puede ser una mortificación, pero no para ella, sino para él. Porque Ágatha, así, se distingue del resto de las mujeres del mundo. Se singulariza. Se priva, se hace tesoro y preserva su recuerdo. Qué secreta y hermosa está vestida así.

El velo… qué tesoro para la mujer. La ocultación de la mujer es una maravilla de misterio y sensualidad, es un delirio para el hombre, pero es que aquí es contra el hombre. ¡Pero qué genialidad! ¡Qué darle la vuelta a la tortilla!

No es un velo conyugal, sino de la separación. Creo que ella ha podido dar con esto un nuevo sentido al rito del divorcio, darle trascendencia y otra hondura dramática a un acto tan triste y notarial. Esto se imitará. Ha logrado el colmo de un diseñador: darle vestimenta a un ritual, uniforme a una ceremonia. Me caso con velo, me divorcio con burka.

Cuando surgió la polémica del burkini yo estaba a favor de su uso. Lo sigo estando, claro, pero ahora mucho más convencido. Ahora incluso me planteo el burka, después de que Ágatha le haya dado color, y un sentido tan libre. Libre, ojo, ¡pero antiquísimo! En el amor surgen profundidades muy morunas. Se quiere en cristiano, se ama en moro. ¿Cómo no se va a poder llevar el burka entonces?
Genialidad enorme, inconmensurable. Quizás lo mejor que he visto este año.

Podía haber elegido un velo negro, pero el burka es más firme. Recoge las poderosas ideas de sumisión, de prisión, de encierro, de perpetuidad y se las arroja con rebeldía al otro.

“Los hombres me tiran los tejos, pero yo ni me entero”. ¿Cómo se va a enterar? El burka admitiría ser, más allá del divorcio, una prenda para los períodos de soledad elegida. A veces para la mujer es pesado aguantar las miradas de los hombres. Somos machistas de retina, incansables oteadores del cervatillo femenino. ¿Y si ellas deciden ponerse un burka una semanita? Eso tiene que ser gloria bendita. ¿Y si una mujer, harta ya de los hombres, decide cortar por lo sano y ponerse un burka?

Yo creo que llegará el día en que el burka se usará más en occidente que en el mundo árabe.