martes, 8 de enero de 2013

Si es que vamos provocando

El felipismo de J. B.
(Colección Look de Té)

Jorge Bustos

El argumento de la provocación es de una elasticidad conmovedora. Puede uno retorcerlo y estirarlo como una muñeca hinchable para aliviar cualquier trance de necesidad. El violador aduce haber sido provocado por una minifalda, al sobrino de Tony Soprano se le dispara la pipa con toda razón por la descortesía del pastelero y a dos partidos nacionalistas les provoca que el Ejército quiera garantizar la seguridad de España. Se conoce que el Ejército español lo que debe hacer es garantizar la secesión de Cataluña y de Euskadi si pretende optar de una vez a la absolutoria condición de no provocativo sino del todo democrático, que es otro término de goma, tan hallable en la lengua de Chaves Nogales como en las fauces de Josu Ternera. La única posibilidad que tiene una fuerza armada de no incurrir en la indeseable provocación a una fuerza política nacionalista pasa al parecer por constituirse en su brazo armado, y disculpen ustedes tan macabra fantasía, no sé en qué estaría pensando.

Otro que se pasa el día provocando es el Rey, que no condesciende a la gentileza de morirse o al menos de tomar a Hermida por padre confesor catódico y desaguar allí todas las nutricias miserias de su familia, como desea el republicanismo venal de El Gran Debate y el cainita del papel impreso –con su cerro de facturas pendientes–, sino que tiene la desfachatez de mentirle al santo periodismo, garante de libertades, declarando que se encuentra “divinamente”, cosa que a todas luces no corroboran sus caderas.

Uno, ya lo he dicho aquí más de una vez pero lo voy a repetir, se afirma monárquico por decisión reciente y puramente reflexiva, a flagrante contracorriente generacional, pues mi quinta acusa la forja feble que da la prosperidad –ya ida– y mama republicanismo papanatas hasta por los rincones más siniestros de la derecha Hilfiger, precisamente por hacerse perdonar tanta marca. Pero no sólo se hace uno monárquico huyendo de la compañía de cierto republicanismo bobo, o de cierto republicanismo revirado, sino por algún bagaje lector y por puro pánico a que un día Vicente del Bosque sea el presidente de la República de España, que limitará al nordeste con el Ebro y la república catalana, con la que mantendremos excelentes relaciones diplomáticas como corresponde a un jefe de Estado que en su día supo mezclar en La Roja a Íker y a Xavi como la leche y el café en un taza de porcelana.

Al fin y al cabo, al talante escasamente provocativo de Del Bosque se le añade, para redondear la idoneidad de su candidatura, su título de marqués, que aseguraría un nexo de amable gradualidad entre monarquía y república. Los que penamos en el estamento plebeyo, en cambio, deberemos acostumbrarnos a ir por ahí provocando.