domingo, 27 de enero de 2013

Dos porteros

Diego López

Hughes

El fichaje de Diego López, además de resolver el estropicio de la portería, abre un interesante debate madridista, como esos debates de los toros que dividían a la afición. Habrá Ikeristas y partidarios de Diego López, que casi sin querer va a representar muchas cosas. López es un portero más completo, quizás mejor, más moderno; López es Capello, que para algo lo puso, y Mourinho, y  gusta al mourinhismo, que es lo que quedará, además de las copas, cuando se haya ido el portugués (López enlaza a Mou con el italiano, que tanto se le parece). Diego López es el “librillo tecnificado”, el portero alto, anfibio, tentacular, propio de un deporte evolucionado, mientras que Íker es el milagrerismo, la superstición madridista, su elemento mágico y primitivo, casi folclórico. Si del Buitre dijo don Alfredo eso de que “le meneas y le caen los goles”, Íker es algo así, un parador casi involuntario, un portero con pijama de velcro al que a veces parece que los balones se le adhieren. Íker domina la suerte, que no deja de ser una cuestión de ritmo, una música, una matemática del gesto que el otro no tiene. Y es verdad, Diego López es estructuralmente un portero estupendo, pero yo le recuerdo en el Madrid y me recuerdo despachándolo con este juicio: le falta el carácter del portero, que es su fortuna. Casillas va a ser el preferido del Madrid, porque es su Justin Bieber. La vieja idea de que quien se va no regresa, porque Madrid es sitio sólo para llegar. Ese integrismo de lo de aquí querrá a Casillas de portero, mientras que los otros, los del aperturismo, quizás prefieran a Diego López incluso por encima de evidencias deportivas. Íker es el casticismo, el arancel, el fuero, la lírica del encendido monólogo ronceril, que es un José Antonio del peñismo, su costumbrismo, las mocitas (la Carbonero es una mocita compungida y nueva con ojos de ucraniana), la superstición, el quietismo, mientras que López es la sospecha instaurada ya para siempre por Mourinho acerca de lo propio. Una tensión entre lo aborigen y lo foráneo que siempre vivió el club. Bernabéu fue el genio castellano (español colérico buscando la gloria, le leí una vez a Del Pozo) reclutando extranjeros. Florentino resolvió esa tensión salomónicamente con los Zidanes y Pavones y en eso está el club ahora. López será el portero de los grandes entrenadores europeos, de un progresismo madridista, un cierto afrancesamiento, o un atlantismo de Bernabéu antes o de Mou ahora. Ruiz Quintano ha visto incluso en Mourinho un intento de modernización. Casillas será, seguirá siendo, el madridismo mágico. El otro el favorito de un Madrid distinto, apócrifo, posible, que se fuera deshaciendo de lo conseguido, como buscando otro ideal más allá de los años cincuenta. En el Madrid hay un cul-de-sac autorreferencial, una sangre cansada. Y mucha superstición, también necesaria, mucho instinto y magia, que se invoca en Casillas. Una lógica del carisma. Lo cierto es que estos dos porteros van a ser como Joselito y Belmonte, dos paradigmas. Florentino ya ha ido resolviendo las cosas, creo yo, al tirar contra la portada de Marca con el argumento de la verdad, la Verdad, que es como el ladrillo primero para el edificio de la lógica frente a las portadas (sensacionalismo, pura sensación, sensualidad), que venían siendo nuestro surrealismo. Habrá partidarios del portero esquemático y adeptos enfurecidos de la palomita providencial y Rajoy debería mirar de reojo, porque el Madrid tiene esa cosa suya de ser pequeña redoma de historia española. Avanzadilla popular de lo que luego pasará.