miércoles, 6 de julio de 2011

El pulso de un inocente

Soy un corazón tendido al sol...

Ignacio Ruiz Quintano

Abc

Al parecer, Víctor Manuel, el hijo del granjero, ha tenido la sensibilidad necesaria para hacerse con la confidencia de la enfermera de Bautista tras el prendimiento del Little Caesar de la Sgae: «Tiene el pulso de un inocente». Eso, en la España cuya única instrucción en la verdad ha sido «La Máquina de la Verdad» con Julián Lago, es de una importancia extraordinaria. Si convenimos en la formación científica de la enfermera de Bautista, con su descubrimiento estamos ante una revolución sin precedentes: un «tensiomètre au poignet», y a hacer puñetas las puñetas. Adiós a la infernal maquinaria de la Justicia: jueces y abogados sustituidos por enfermeras provistas de su aparato para medir la presión arterial en la muñeca. La escena revelada por Víctor Manuel, esa grácil enfermera tomando con las yemas de sus dedos el pulso de la inocencia de Bautista en la Comandancia, me recuerda la del coruñés Rafael Dieste en Rianxo, contada por José-Miguel Ullán: Dieste contemplando el paso de una niña y una vaca. Y la explicación de Gabriel Zaid: la niña era la inocencia. La vaca era la mansedumbre. Y la inocencia no ocultaba su particular firmeza: ese dejarse guiar por lo que viene detrás. Mientras que la mansedumbre tampoco consistía en seguir por seguir a la mocosa, en plan bestia, sino en dejarse llevar por el ritmo del corazón. Es verdad que Madoff también se dijo que daba un pulso asombrosamente calmo, pero Madoff, el que presumía de ser la piñata humana del Wall Street, es judío y americano, y no se lo puede comparar con la sangrota caliente de un español...

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