Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Si hubiéramos sabido que el amor era eso fue uno de los títulos más celebrados de Umbral: qué gran lección, para tantos, la suya: escribir el mejor español del siglo veintiuno y no ser ni siquiera académico.
¿Y si hubiéramos sabido que el cine (español) era Torrente?
A lo mejor llevan razón los intelectuales de izquierdas, que siempre están pidiendo la censura (para los intelectuales de derechas, claro). La censura nos dio en la literatura a Cervantes, y en el cine, a Berlanga. Ahora, ocupando sus puestos, tenemos a Torrente, que arrasa en la taquilla (es una forma de hablar, porque todos los cines han desaparecido) y a Millás, que arrasa en la fachada madrileña del Instituto Cervantes, ese invento español para defender al español de los españoles, que tienen prohibido hablar en español.
Millás constituye un ejemplo literario porque debe de ser el único de los escritores vivos que no es académico y porque escribe mientras pasea, dando así sentido al dicho popular “escribir con los pies”.
Torrente constituye un ejemplo cinematográfico porque sus guiones podrían estar escritos por Angelines Sinde, que ha llegado a ministra del cine de la Democracia como remate a una carrera dramática que arranca en la Dictadura (“El Love Feroz o cuando los hijos juegan al amor”, 1973) y se consolida en la Santa Transición (“El Bengador gusticiero y su pastelera madre”, 1977, con las chiquillas de Forges), para acometer la asombrosa empresa literaria de ensartar diálogos en “Mentiras y Gordas y “La buena estrella”, de todo lo cual se deduce que Torrente podría ser su sucesor en la Casa de las Siete Chimeneas, en otro tiempo sede, al decir del divino Daja Tarto, de las más surtidas orgías… espiritistas.
Puede que Torrente esté pasado, como sostienen sus críticos, pero más pasado está Román Gubern y sigue anunciándose en los carteles de provincias como un hermano Lumière de nuestro cine. Si no se me acabara el folio, les daría una idea para la próxima película.
Abc Cultural
Si hubiéramos sabido que el amor era eso fue uno de los títulos más celebrados de Umbral: qué gran lección, para tantos, la suya: escribir el mejor español del siglo veintiuno y no ser ni siquiera académico.
¿Y si hubiéramos sabido que el cine (español) era Torrente?
A lo mejor llevan razón los intelectuales de izquierdas, que siempre están pidiendo la censura (para los intelectuales de derechas, claro). La censura nos dio en la literatura a Cervantes, y en el cine, a Berlanga. Ahora, ocupando sus puestos, tenemos a Torrente, que arrasa en la taquilla (es una forma de hablar, porque todos los cines han desaparecido) y a Millás, que arrasa en la fachada madrileña del Instituto Cervantes, ese invento español para defender al español de los españoles, que tienen prohibido hablar en español.
Millás constituye un ejemplo literario porque debe de ser el único de los escritores vivos que no es académico y porque escribe mientras pasea, dando así sentido al dicho popular “escribir con los pies”.
Torrente constituye un ejemplo cinematográfico porque sus guiones podrían estar escritos por Angelines Sinde, que ha llegado a ministra del cine de la Democracia como remate a una carrera dramática que arranca en la Dictadura (“El Love Feroz o cuando los hijos juegan al amor”, 1973) y se consolida en la Santa Transición (“El Bengador gusticiero y su pastelera madre”, 1977, con las chiquillas de Forges), para acometer la asombrosa empresa literaria de ensartar diálogos en “Mentiras y Gordas y “La buena estrella”, de todo lo cual se deduce que Torrente podría ser su sucesor en la Casa de las Siete Chimeneas, en otro tiempo sede, al decir del divino Daja Tarto, de las más surtidas orgías… espiritistas.
Puede que Torrente esté pasado, como sostienen sus críticos, pero más pasado está Román Gubern y sigue anunciándose en los carteles de provincias como un hermano Lumière de nuestro cine. Si no se me acabara el folio, les daría una idea para la próxima película.