José Ramón Márquez
Ayer por la mañana conversaba con A. sobre la ausencia de jóvenes en las Plazas de toros. Recordaba unas palabras de Chiqui el otro día a la salida de Las Ventas: ‘Aquí los últimos que han llegado son los que vinieron de la mano de Antoñete y de Vidal; después nadie’. Se refería Chiqui a gente que se acercó a los toros sin, llamémoslo así, ‘antecedentes familiares’, atraídos a la cosa taurina por la pluma del valenciano o por el runrún que acompañó a Chenel en su transfiguración de los ochenta.
Claro que entonces, señalaba A., se podían comprar entradas. Los toros habían pasado de tapadillo por los setenta y en Madrid te podías permitir el lujo entonces de perder el abono. Luego llegaron muchas personas, muchos se abonaron y la plaza se quedó copada. Fue una gran gestión empresarial de Manolo Chopera, que supo aprovechar el momento y dejó la plaza todo lo llena de abonados que la legislación le permitía. A partir de ahí ha sido realmente difícil conseguir una entrada en Madrid, imposible para quien se empieza a interesar por esto. Es verdad que las corridas de domingo tienen un cuarto de entrada, pero me parece a mí que esos festejos no sirven en general para crear mucha afición. La cosa es que en los setenta uno podía irse a la taquilla y sacar una entrada suelta para ver a Antonio Bienvenida en San Isidro y hoy es prácticamente imposible en la Feria poder encontrar una entrada para ver, por ejemplo, a Rubén Pinar.
El hecho es que en la actualidad prácticamente no hay gente joven en el tendido. A. proponía de forma radical que se retirasen los derechos de abonado a todos los que tenemos más de cuarenta y cinco años, que no hacemos más que estorbar, para favorecer la entrada de jóvenes en nuestras localidades, pero yo creo que su encomiable idea falla porque me parece que si ahora mismo yo tuviese veinte años lo último que haría sería aficionarme a los toros, pues sinceramente no encuentro que este espectáculo de hoy tenga mucho que ver con aquél al que me aficionaron de niño mis mayores, resultándome muy poco grata la contemplación de tantas ventajas como tienen los toreros de hoy día -y lo malos que son la mayoría de ellos, pero eso es otro cantar-.
Anoche, en Navalcarnero, frente a la Plaza de Toros, en un pabellón polideportivo, vivimos una gran velada de boxeo. Por donde mirabas había gente joven, gente que ha llegado al ‘noble art’ a despecho de los medios de comunicación que ningunean o desprecian este deporte, de la opinión dominante, para la cual la contemplación de la sangre es nauseabunda, y de la sensibilidad contemporánea de lo políticamente correcto, siempre a favor de la misma obra. Mirabas a tantos jóvenes boxeadores llenos de ansia y de vida y pensabas en los adocenados novilleros de actitudes achuladas, hastiados de todo antes de empezar sus carreras; mirabas el ánimo del público joven y apasionado contemplando en pie el último combate y veías puritita vida, pasión, afición, lo que los toros necesitan.