domingo, 13 de marzo de 2011

La tabarra de los toros sin toros




José Ramón Márquez

Valencia, Olivenza... ya empieza la tabarra de los toros sin toros. Ya está aquí el cansino déjà vu de las orejas hurtadas, del animal que no se entrega, del poderío de un torero demostrado contra una cabra, del arte pelmazo de darle lances a un bicho sin pitones. Y ahora, por poner alguna novedad, parece ser que viene la moda del regalo del torillo preparado.
Se ve que el espectáculo de los toros en los inicios del siglo XXI debe ser ése, porque cada vez brilla más por su ausencia lo que muchos queremos, que es el toro vivo, listo, encastado y fuerte, el toro de respeto, mientras todo el mundo mira para otro lado conformándose con esas migajas del poderío, del arte, de las orejas hurtadas de los toreros. Discusiones inútiles si falla el de negro.

Hoy empieza la temporada de Madrid, la única Plaza de Temporada que queda en España, el bastión del respeto al toro. Desde ahora hasta octubre sabemos que en la mayoría de las corridas que nos esperan, con las excepciones que ya intuimos, en Las Ventas veremos cuando menos la buena presentación, los pitones íntegros y esos pesos tan chuscos que nos suele dar la báscula madrileña y que, en general, saldremos al finalizar las corridas sin esa sensación tan ingrata de haber visto maltratar a un pobre animalejo indefenso y disminuido, que es la desagradable impresión que tan a menudo se saca al salir de esas plazas de Dios.

Ahora, en el inicio de la temporada, hay que volver a remarcar como acto de fe que la razón de ser de todo este tinglado está en el toro y no en el torero, y que la merma de las condiciones del actor principal de este espectáculo o su degradación en aras de dar más facilidades a quien cuenta con las ventajas de la inteligencia y de la experiencia es atacar frontalmente a la pervivencia de este espectáculo, de esta fiesta, de esta pasión.

El torero tiene por detrás sus miles de horas de entrenamiento, su experiencia, su conocimiento y su inteligencia. El toro sólo tiene su casta y quince minutos para darlo todo, y esto incluye las facilidades y los obstáculos, sin posibilidad alguna de repetir. Nos enseñaron que a mayor dificultad, mayor gloria en el triunfo obtenido, pero esto parece haberse olvidado, porque ya hay una gran mayoría de aficionados que lo que de verdad les gusta, acaso sin ellos saberlo, no son los toros, sino el ballet.