Ignacio Ruiz Quintano
Después de Pearl Harbor, y con las plantaciones de caucho en manos japonesas, el gobierno americano de Roosevelt estableció el racionamiento de neumáticos, cuyo encargado sería un tal Richard Nixon a las órdenes de otro tal John K. Galbraith, que impuso una velocidad máxima de treinta y cinco millas por hora en las carreteras del país a fin de reducir el desgaste de las gomas, fenómeno que ahora conocemos todos por Lobato, el rapsoda de Fernando Alonso, pero que entonces requirió de un estudio del presidente de Harvard, James B. Conant, el Berzosa —con estudios, eso sí— del New Deal.
Todos los gobernadores estuvieron de acuerdo, excepto el de Texas, Coke R. Stevenson, que pasó a engrosar la lista de fascistas:
—Doctor —le dijo a Galbraith—, aquí, en el Estado de Texas, cuando se conduce a treinta y cinco millas por hora... ¡no se llega nunca!
(Persiguiendo al dulce pájaro de su juventud, Nixon volvería a las andadas prohibicionistas en 1974, pero ésa es otra historia.)
¿Qué? ¿Nos vamos haciendo a la idea de que en La Moncloa, jugando a Roosevelt y Galbraith, tenemos a Zapatero y Sebastián?
Sebastián es ministro porque Zapatero se las echa de abogado de los débiles, con lo cual, al que no vale para concejal, lo hace ministro.
De Sebastián sabemos que es un hombre que quería ser Ségolène (Royal), según el periódico que apostaba por él para alcalde porque las universitarias lo alababan como «el profesor con mejor culo» de la Complutense, y no es una errata como la de «La Verdad» de Murcia, que en la inauguración de un ropero de caridad, donde ponía que «el señor obispo alabó el celo de las señoras», intervino el linotipista y salió «culo». Sebastián, en efecto, portaba el mejor culo profesoral de la Complutense y sus modelos políticos eran Pepiño Blanco, Tere Vega y Zapatero, que lo adoptaron como arbitrista oficial del partido.
A este Juanelo Turriano de bolsillo debe España gamberradas políticas como la de circular a 110 kilómetros por hora, velocidad adormidera, al decir de Fernando Alonso, aunque Rubalcaba, que también de velocidad pretende saber más que Alonso, lo niega.
Mas ni Roosevelt ni Galbraith: estos tíos gobiernan desde el sofá y la TV, a lo Beavis y Butthead, y mezclan las chifladuras de «Bananas», con aquel Che que ordenaba llevar la ropa interior por fuera, para que se viera, y las citas de «Boardwalk Empire», con ese Enoch Thompson, capo de Atlantic City, que en el mitin de las viragos contra el alcoholismo, proclama:
—¡La Prohibición es progreso!
Y luego, calculando el negocio que se trae entre manos, piensa en voz alta: «¿Por qué no prohibimos el tabaco también?»