José Ramón Márquez
No nos hemos tenido que ir a La Lidia, ni al Boletín de Loterías y Toros, ni a El Toreo, ni a Los Toros, ni a La Fiesta Brava; no ha hecho falta volar al siglo XIX ni al periodo de entreguerras para encontrar en Madrid un cartel con variedad de ganaderías, con variedad de toreros, con encastes variados y con estilos de toreo diferentes y hasta opuestos. Hay carteles de hace treinta años en los que están escritos los nombres de toreros que hacen soñar, donde figuran ganaderías de postín; carteles con pocas concesiones para una plaza que, por aquella época, tendría unos tres mil abonados, si acaso.
Y hoy, a plaza llena, ¿qué tenemos? Vulgaridad, adocenamiento, toreros sin interés, ganaderías en las que prima el ‘eliminando lo anterior’ y sublimación de los dos encastes que se lo comen todo en sus mil manifestaciones. A plaza llena, decimos. Somos veintiún mil abonados, soltando la lana a puñados, a los que nadie ampara, pues de nosotros sólo interesan los euros que dejamos en la taquilla, a los que están dispuestos a tundir con treinta y tantas tardes de nada, nada y nada sobre nada. Veintiún mil tíos que vamos a pasar un mes y pico en la piedra esperando una media verónica (¡ole!), una trincherilla (¡bieen!) o una sorpresa inesperada en esta Feria de la Oportunidad en la que ha degenerado la Feria de San Isidro.
Medite Abella* en lo que estén perpetrando en las covachuelas de esta indigna empresa, con el amparo de la Administración; medite Abella en los nombres de las ganaderías que se barajan y en los resultados de años anteriores de esos mismos nombres ganaderos; medite, si acaso, Abella, en si la Historia de la propia Plaza y la vapuleada afición no se merecen echar al asunto un poco de imaginación o de alegría para romper la tendencia del último lustro, para que Madrid recupere el sitio que le corresponde como escaparate de lujo de los mejores y de los que van lanzados, midiéndoles frente a corridas acordes a la tradición y al gusto de la afición; en suma, para que ir a los toros en mayo sea algo más que ‘ir a la oficina’, como dijo el clásico.
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*Abeya para los que están en la pomada