El Dalai Lama ha dimitido sin ver realizado su sueño de un Tíbet libre, y no sabemos a qué espera Zapatero para hacer lo propio cuando parece cristalino que él tampoco contemplará la España con pleno empleo que soñaba. Las analogías entre ambos líderes mundiales –planetarios, para ser cósmicamente exactos– no se acaban ahí.
Ambos abrigan ansias infinitas de paz, pero a Tenzin Gyatso –que es el nombre que figura en su partida de bautismo, o de budismo, o lo que usen para titularse en la verde montaña del gran dragón– lo conoce su pueblo como la Reencarnación de la Compasión, mientras que en el caso de Zapatero es su pueblo el que ha terminado por dar pena tras padecer tan ruinoso caudillaje. El Lama tiene a Richard Gere y Zapatero tiene a Willy Toledo. El primero tiene un Nobel de la Paz y el segundo un Nicolás Salmerón de Derechos Humanos por impulsar la Alianza de Civilizaciones, amén de una portada en Zero y alguna entrevista en Vanity Fair. Del Dalai Lama no sabemos si, en el supuesto de ser asistido por un monje Shaolin, lo habrá dado de alta en la Seguridad Social y apoquinado la cuota religiosamente (valga la redundancia), pero de José Luis y Sonsoles sí sabemos que prefirieron pagar en negro a su asistenta portuguesa.
También en esto del tabarrón sucesorio de Zapatero pueden advertirse provechosas concomitancias con el caso budista. Tanto Ferraz como el Tíbet afrontan en estos momentos un vacío de poder. Desovillando la metáfora de los “órganos del partido”, señalaremos que, en tanto la próstata de Rubalcaba se recupera, el debate hereditario ha traspasado el ámbito deliberativo, regido por el cerebro, para instalarse en el ámbito estomacal, aliñado con la bilis del rencor trapero y la saliva del cuchicheo marujil.
Una reciente porra celebrada entre periodistas y diputados señala a María del Carmen Chacón Piqueras como la próxima gran khan del socialismo patrio. Pero entre el dedazo grosero, la porra tabernaria y las primarias teledirigidas, uno aconseja a Ferraz que adopte los milenarios métodos de la clerecía de Siddharta Gautama, quienes decantaban la ultimísima reencarnación del vicebuda escribiendo los nombres de los posibles candidatos sobre granos de cebada, introduciéndolos en una urna consagrada de oro y extrayendo uno de ellos. Claro que… ¿y si resulta que es Zapatero su propia reencarnación? ¿Y si después de todo, señoras y señores, vuelve a salirnos el grano de Zapatero?