José Ramón Márquez
Chu-lín se va al limbo. Dice la prensa que el gran lama, el lama Chu-lín Tenzín ha anunciado desde su palacio de Potala, el nombrecito se las trae, que se quita de la cosa del lama. Bueno, que se queda el palacio por los servicios prestados, pero que se las pira del mundo y sus pompas, que renuncia a la cosa de ir por el mundo como el baúl de la Piquer dando tumbos, en cada puerto un santón, y que después de vivir como un lama ha caído en la cuenta, con la mansedumbre que suele usar, de que el asunto de ser el jefe político de la cosa lamil y tibetana es muchísimo mejor que ocurra por sufragio universal que por reencarnación ad hoc. O sea, que dimite.
Bueno, más vale tarde que nunca, dirán algunos, que ya se podía haber dado cuenta el tío hace unos lustros de lo de la separación de la iglesia y el Estado, y no ahora que es viejo. Bueno, ahora suponemos que el Chu-lín del Tíbet, sin tener ya que hacer tanto viaje, que a ciertas edades son un latazo, aunque vayas en business class, se dedicará más a las cosas del espíritu, que las tiene un poco dejadas de la mano de Buda.
Le dice el bueno de Tenzín a un periodista que él cree que aún no debería morirse, y tiene razón el hombre, que no sé qué pasa con eso de irse a reunir con el Creador o el Reencarnador, que es algo que no es que se rechace de plano, pero que nunca se ve el momento adecuado para ello, especialmente si uno vive en un palacio, aunque se llame palacio de Potala otra vez, Sam.
A lo mejor ahora que el Tenzín no va a tener la agenda tan ocupada y mientras llega el momento del inevitable tránsito, podía entretener su tiempo en leerse el Cossío, enterarse de qué va esto de los toros y revisar las sandeces a pie de pista que tiene dichas el hombre sobre ese espectáculo, que si al lama reencarnado lo de los toros le parece una cosa rara, es posiblemente porque no se ha mirado él a sí mismo con detenimiento.
Sin embargo, creo que hay una forma en la que el Chu-lin podría redimirse por las tonterías que ha dicho acerca de cosas que desconoce por completo y por la que le quedaríamos eternamente agradecidos, y pelillos a la mar de las cosas pasadas. Bastaría con que convenciese a Mosterín para que le acompañase a Potala y que, a continuación, le adoptase de Pequeño Saltamontes, le rapase la cabeza, le llevase al cuarto oscuro en el que hay tantos candelabros y le enseñase todos los trucos esos del Kung-fu, sobre todo el de la piedra que no te la puede quitar de la mano como David Carradine y el de lanzar las estrellas ninja como Bruce Lee, que son mis favoritos, por si acaso el filósofo le cogía el gusto a la espiritualidad oriental y así también dejaba de dar la matraca por aquí.