José Ramón Márquez
Ya está calentando motores el Don Choperón, que no le gusta lo de Choperita, para la que, si Dios nos asiste, será la última feria de San Isidro que organice como empresario de la Plaza de Madrid. El hombre dice, por decir algo, que quiere que quede un buen recuerdo de ellos cuando se vayan, y yo le digo que no se aflija, que a muchas personas se las añora por la paz y el bien que dejan cuando se quitan de en medio, o sea que el buen recuerdo ya lo tiene garantizado sólo por la ilusión que nos hace el que se vayan con viento fresco.
Luego se pone Choperón a dar explicaciones de lo que será la Feria, que si van a venir todos, como cuando jugábamos a los barcos en el Instituto, que si unos de tres , otros de dos, otros de una y luego, además, los de ninguna, que en este caso, al parecer, serán los novillos de Moreno Silva, por maleducados, y los toros de Victorino, por lo asustadizo de su amo.
Esa conjunción astral tan equilibrada y tan bien seleccionada producirá, según el Choperón, ‘la mejor feria de la historia’; de la historia del año 2011 en Madrid, digo yo, o de la historia que por fin se les acaba a estos, que más que historia parece un cuento chino.
Luego, a continuación, viene el truco, el prestigio, de la Feria del Aniversario (¿aniversario de qué?), que es como la habitación de la niña muerta ésa que los padres se niegan a desmontar y la mantienen igual que cuando vivía la niña, con las muñecas, los libros infantiles, la ropita en el armario toda dobladita y el edredón de los teletubbies; pues aquí lo mismo, por si acaso a Rogelio M.D. se le ocurre darle el alta a José Tomás o si el torero le pide a Rogelio M.D. el alta voluntaria, mantienen los Choperones la habitación de la desfachatez para poder ofrecerle al ciprés pétreo de Galapagar las condiciones que él exige, no vaya a ser que se le cruce el cable y le dé por venir y no le puedan encajar como él quiere. Entre tanto han hecho el birlibirloque y han pintado la habitación de la niña como la Feria de la Oportunidad, en la que no se anunciarán las figuras, para dar cabida a ‘toreros jóvenes y meritorios’ que en un momento dado estorben aún menos al pétreo berroqueño.
Pensaba uno cuando pusieron a Abella, a quien sus íntimos llaman Abeya, que quizás sería un poco más beligerante contra este sinsentido del Aniversario y que en su función de servidor público tendría algún pensamiento o desvelo precisamente para el público, pero ya nos vamos dando cuenta de que este Abella, Abeya, lo mismo que el anterior, sólo está interesado en el roce, en darse importancia, en recoger premiecillos, en administrar como un sultán turco la sala ésa de las conferencias y en presentar su lomo, para recibir, golosamente, las pasadas de mano de sus jefes, y sus orejas a la adulación de los que piensan que quizás puedan obtener algo de él.