viernes, 7 de enero de 2011

Un mundo feliz

El Orden


Vicente Llorca

Ganadero

Aquí en el campo, afortunadamente, todo va estando controlado.

Por la mañana pasamos por cuarta vez la inspección del camión. Esta vez tampoco aprueba, por no sé qué porcentaje de humos en relación con los del propio inspector. Vuelta a empezar, unas tasas nuevas y menos humos. No pasa nada. Antes ha habido que renovar el certificado de desinfección, que se saca pagando a un fulano del polígono; actualizar el curso de transportista, que se obtiene pagando a una cooperativa; rellenar el libro de transporte, sellarlo en la Delegación; renovar la cartilla de los caballos, que se sella en Ganadería y obtener un certificado veterinario. Que se obtiene en el bar de la plaza, a la hora del café.

Si nos paran con algún caballo hay que revisar toda la documentación, leer el microchip y comprobar que concuerda con las notas del bar. No sé si habrá que volver allí, con caballo y todo. Cuentan que nadie ha pasado nunca una inspección sin ser multado. Algo habrán hecho, digo yo.

Pero ya en el bar de la plaza tampoco nos puede ocurrir nada, porque lo han librado de humos. Han puesto unos ceniceros en la calle y allí firmamos. Aquí también está todo controlado.


La Corteza

Las tapas de sesos y jeta las han quitado: no sé qué problema con Inspección. Debe de ser de la Sgae. Mejor, porque dan colesterol. También daban unas tapas de sangre con cebolla y una morcilla casera que quitaba el sentido. De ésta no hay ni que hablar. De casera, nada, que no ha pagado a autores ni lleva el registro. En su lugar hay unos ganchitos y cortezas de bolsa con código de barras. Decían que iban a prohibir las matanzas en casa, que todas tenían que realizarse en mataderos homologados. Mejor, así habrá más seguridad y código de barras.

En la barra, mi primo se queja porque lidiaba novillos, daba capeas en la plaza de tientas y ha tenido que dejarlo. Pero aquellos sí que estaban descontrolados. Animales bravos, desordenados y feroces, que embestían a veces. Menudo desorden. Así que después de años de inspecciones y normas nuevas ha tenido que cerrar. Ya era hora.

Dice que primero le pidieron que mantuviera una ambulancia móvil. Después fue un quirófano. Luego, no se podían lidiar machos. Más tarde sólo hembras mayores de doce meses. Luego, llegó otra norma que decía que menores de dos años -literalmente. Tenía que pasar un certificado de una empresa de calidad, que pagó religiosamente, y no se podía torear sin un contrato de trabajo. Pasó la revisión del Colegio de Arquitectos -sobre el ruedo de arena y el callejón de tablas. Luego, llegó otra norma en la que tenía que impedir que torearan borrachos o disminuidos. Mi primo llegó a pensar en colocar un alcoholímetro en el burladero y un equipo médico en el callejón -con una impresora para los certificados. Cuando llegó la nota de la Sgae con la factura de autores por poner pasodobles, mi primo no se preocupó, porque ya había cerrado la plaza y enviado la ganadería al matadero. El de al lado le miraba sonriente. Al final nos dijo que él había matado toda la ganadería antes.

Otro que había allí no dijo nada, pero todos sabíamos que la suya la había liquidado hacía una semana. Tenía un encaste histórico. Muchos recuerdos, pero poca memoria histórica es lo que tenía, comentó alguien. No se recupera, el hombre. O a lo mejor son los gusanitos que pica del mostrador…

Pero nadie se queja en el fondo, porque comprendemos todos que así es mejor, y poco a poco, se están suprimiendo el caos y la enfermedad. Uno que realizaba rutas a caballo, dice, tuvo que dejarlo, porque cada vez que el caballo salía de la cuadra había que sacar un certificado nuevo… Así estaba todo en orden, pienso yo. Pero no se lo digo.

Las vacas pasan controles cada cuatro meses. Te dan un número de vacunación y si tienes que vender alguna, tienes que pasar otro control y otra vacunación. Luego, te puedes llevar la sorpresa de que el comprador tiene otro número de calificación y no se pueden trasladar allí. Mejor, porque para llevarlas habría que haber renovado antes la guía de ganado, el certificado de desinfección, el libro de registro, el curso de manejo animal, el libro de ruta y el código de saneamiento. Y el certificado veterinario del bar. Que se queden en casa. Tanto movimiento no puede ser bueno. Ni tanto ir al bar.

Y encima para lidiar en una plaza de toros -antiguamente plaza del pueblo. Ahora no, porque ya no se puede. Ese escándalo de sangre, maneras arcaicas, polvo, barro, puros en el tendido y orejas peludas como trofeo… Qué desorden, por Dios. O para encerrarlos por las calles del pueblo, o por la muralla de Ciudad Rodrigo. Más barro, más voces, alguna cornada y la gente aplaudiendo. Un caos, vamos.

Mejor que los prohíban. Así es que volvemos al bar de la plaza -más bien a la acera, porque seguimos fumando, a pesar de los consejos del Ministerio. Desde dentro el alcalde, socialista, nos regaña porque nos empeñamos en el desorden y seguimos hablando de toros, de cornadas históricas y de los encierros de Fuentesaúco. Luego, nos invita a pasar, a tomar una ronda de cortezas y se dispone a hablarnos de la Dictadura y de la malvada reacción.

Todos acudimos al instante. Nunca está mal instruirse. Las cortezas que se las coma él.


El Encierro (en Fuentasaúco)