José Ramón Márquez
Ya estamos en 2011 y, por lo que parece, todo sigue lo mismo que en 2010; es decir, ayer. Como muestra, sobra este pequeño botón: en la puerta grande de Las Ventas sigue instalado el Circo Mundial -¿es el circo cultura?- con su clown mexicano y sus equilibristas chinos, y unos metros por encima de la entrada del circo, en un mástil, ondea una especie de emborronamiento negruzco y deshilachado que guarda cierta extraña semejanza con la bandera de España.
Por cierto, y al hilo de esta costumbre de montar el circo, la feria de las tapas o lo que se les ocurra en Las Ventas, me encantaría ver lo que diría Gerry Mortier si a alguien se le ocurriese la idea de que, mientras no hay temporada en el Real, se podía montar allí Le Cirque du Soleil o la feria de los pinchos donostiarras, para ir pasando el rato; que, como todo es cultura, da lo mismo Zamorate -el que metía todo su cuerpo en una caja de medio metro por medio metro-, que Berasategui, que Donizetti, que July*.
Definitivamente, en 2010 Abella (sus próximos más finos le dicen "Abeya") no ha tenido tiempo de mandar a un propio a cambiar el trapajo aquél por una bandera como Dios manda, pero es que al hombre se le pasan los días en asuntos de altísimo copete que le tienen sorbido el seso como para ocuparse de naderías tales como ésta, que hay que ver qué se hace con Ponce; si viene Miura, que ya es hora; cómo nos libramos de los Moreno Silva; cómo cuadramos las guardias de los presidentes para que Manolo presida a July en San Isidro; cómo buscar unas stock options para que venga a Las Ventas Tomás, si le da por reaparecer; y, en general, darse pisto e importancia, que es el auténtico deporte nacional español.
Las personas se retratan justamente en los pequeños detalles y este detalle del trapo negruzco, además de ser un mandato legal, es una cuestión de pura imagen, que por allí pasan a diario decenas de miles de personas, sin contar a los que se acercan a Las Ventas a hacerse una foto, que se llevan a sus países en la cámara la tal foto de la Plaza coronada por la bandera pirata. Bueno, no debe estar preocupado Abella por estas minucias, porque en el circo de abajo están, como se dijo antes, los equilibristas chinos, que ya se ve que eso es un peloteo a su jefe que se llama El Chino González, que sabemos netamente que lo que Abella no quiere en modo alguno es estorbar a sus jefes, que es el primer e inmutable principio de la termodinámica de los carguillos nombrados a dedo.
Debería apercibirse Abella de que, aunque la bandera de España le importe una higa, a la izquierda de ésa hay otro mástil con otra bandera igual de negra y de ajada, que cuando estaba nueva fue roja con estrellitas blancas, que es la de su jefa, la señora Aguirre Gil de Biedma, la bandera de la institución que tutela la Plaza -aunque uno preferiría que la Plaza fuese de los hospitales, como antaño-, la que le paga su salario a Abella. Pero me da la impresión de que Abella es más hombre de personas, me refiero a relaciones personales, que de instituciones, que, como decía Marlon Brando en El Padrino, ‘cada hombre tiene su propio destino.
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*Nombre artístico del toreador que encabeza la manifestación para traspasar los toros
de Interior a Cultura y así pagar la mitad de IVA