Jorge Bustos
La pretenciosidad indie
Los iconos -el Che Guevara, Marilyn, James Dean, Maradona, Bob Marley, Nelson Mandela, la furgoneta Volkswagen Westfalia de los hippies, la hoz y el martillo, la A del signo anárquico, Tim Burton y sus muñecos, etc.- poseen la virtualidad de suministrarle a uno una identidad personal evitando la costosa tarea de pensar, estudiar, confrontar la historia verídica con una determinada atribución mediática.
Es una identidad vicaria y epidérmica, pero es más llevadera que la abstención pura, bartlebyana. Al aislar los objetos o personalidades míticas de su nacimiento y desarrollo históricos, pasan a ser mercancía de consumo, lo cual tiende a diluir el abuso ideológico que entraña su imposición coetánea. Tampoco es cuestión de pararse a ilustrar en la verdad histórica a todo necio adolescente portador de una camiseta del famoso guerrillero argentino.
Para él tiene un sentido: un aura romántica de heroísmo que él quisiera imitar, lo mismo que los oyentes de Homero cuando le oían cantar las hazañas del sanguinario Aquiles.
Más grave se antoja la pretenciosidad de cierto sector social, autodenominado indie (independiente), que deplora como nosotros la mercantilización de la cultura... para acabar adorando el becerro de oro de productos culturales alternativos, igual de caros e igualmente ayunos de valores estructurales que aquellos mayoritarios en cuya denostación basan el prestigio. Sólo hay que darse un paseo por el madrileño barrio de Malasaña o por la calle Fuencarral. Tiendas carísimas de prendas raídas venden a los jóvenes incautos una supuesta autonomía de criterio y la pretendida resistencia a la uniformización representada por El Corte Inglés. Como los del mayo del 68, venden conceptos atractivos, que lo serán siempre para el ser humano: la libertad, la distinción, la rebeldía contra lo hegemónico, la especificidad artística. La misma noción de exclusivismo venden en la calle Serrano a los yuppies, quienes están tan interesados como los indies en que se reconozca a simple vista dónde realizan sus compras. Unos llevan las iniciales de Hermenegildo Zegna en la bocamanga de su chaqueta; otros, la chapa del enternecedor personaje gótico Eduardo Manostijeras en la solapa de su chupa de cuero, como queriendo transmitir al resto de viandantes la bondad de sus corazones latente bajo la crisálida de triste extravagancia a la que el capitalismo salvaje los tiene condenados.