sábado, 9 de octubre de 2010

Una enmienda a la cultura pop, 4

Jorge Bustos

¿Por qué ha triunfado la publicidad sobre el pensamiento? ¿Por qué aquellos que se felicitaban de la caída de los viejos ídolos -el paradigma cristiano, principalmente- se entregan al culto más ridículo, al mito más insolvente, a la moda más efímera?

“Ganar dinero e inundar nuestras vidas de unos bienes materiales cada vez más trivializados es una pasión profundamente vulgar, que nos deja vacíos”, advierte George Steiner. A nadie parece importarle, pero las consultas de los psiquiatras se abarrotan y los medicamentos psicoterapéuticos se han generalizado a parecido ritmo que la comida rápida. Mucho de esto se ahorraría la sociedad con entendimientos bien cultivados, que supieran subvenir con verdades probadas e imaginación viva las contradicciones de la vida moderna y urbana. El pueblo no sabe tratarse porque sus médicos también son el pueblo, y también necesitan medicinas. A nadie se le reconoce salud y autoridad. Estamos todos locos y nos gusta la televisión, valga la redundancia.

La respuesta, evidentemente, está en los libros. En leer mucho (un mínimo de un libro a la semana). No cualquiera, sino los buenos: aquellos que la gente que sepa mucho le confirme a uno que sean buenos libros. Leer no es un entretenimiento: es un acto de constitución antropológica y de formación moral. El que no lee a los clásicos no llega a ser del todo humano. Mientras no cierren las bibliotecas, algunos ejemplares de la especie pervivirán en su estadio civilizado. Aquellos que lean mucho y bueno, por mediana que sea su extracción social, constituirán la nueva aristocracia de nuestro tiempo. Los demás sólo verán la televisión y continuarán entregando sus cuerpos macilentos al bombardeo envilecedor de la publicidad.

Acretinándose con revistas ligeras, por toda lectura.