Jorge Bustos
¿Por qué ha triunfado la publicidad sobre el pensamiento? ¿Por qué aquellos que se felicitaban de la caída de los viejos ídolos -el paradigma cristiano, principalmente- se entregan al culto más ridículo, al mito más insolvente, a la moda más efímera?
“Ganar dinero e inundar nuestras vidas de unos bienes materiales cada vez más trivializados es una pasión profundamente vulgar, que nos deja vacíos”, advierte George Steiner. A nadie parece importarle, pero las consultas de los psiquiatras se abarrotan y los medicamentos psicoterapéuticos se han generalizado a parecido ritmo que la comida rápida. Mucho de esto se ahorraría la sociedad con entendimientos bien cultivados, que supieran subvenir con verdades probadas e imaginación viva las contradicciones de la vida moderna y urbana. El pueblo no sabe tratarse porque sus médicos también son el pueblo, y también necesitan medicinas. A nadie se le reconoce salud y autoridad. Estamos todos locos y nos gusta la televisión, valga la redundancia.
La respuesta, evidentemente, está en los libros. En leer mucho (un mínimo de un libro a la semana). No cualquiera, sino los buenos: aquellos que la gente que sepa mucho le confirme a uno que sean buenos libros. Leer no es un entretenimiento: es un acto de constitución antropológica y de formación moral. El que no lee a los clásicos no llega a ser del todo humano. Mientras no cierren las bibliotecas, algunos ejemplares de la especie pervivirán en su estadio civilizado. Aquellos que lean mucho y bueno, por mediana que sea su extracción social, constituirán la nueva aristocracia de nuestro tiempo. Los demás sólo verán la televisión y continuarán entregando sus cuerpos macilentos al bombardeo envilecedor de la publicidad.
Acretinándose con revistas ligeras, por toda lectura.
¿Por qué ha triunfado la publicidad sobre el pensamiento? ¿Por qué aquellos que se felicitaban de la caída de los viejos ídolos -el paradigma cristiano, principalmente- se entregan al culto más ridículo, al mito más insolvente, a la moda más efímera?
“Ganar dinero e inundar nuestras vidas de unos bienes materiales cada vez más trivializados es una pasión profundamente vulgar, que nos deja vacíos”, advierte George Steiner. A nadie parece importarle, pero las consultas de los psiquiatras se abarrotan y los medicamentos psicoterapéuticos se han generalizado a parecido ritmo que la comida rápida. Mucho de esto se ahorraría la sociedad con entendimientos bien cultivados, que supieran subvenir con verdades probadas e imaginación viva las contradicciones de la vida moderna y urbana. El pueblo no sabe tratarse porque sus médicos también son el pueblo, y también necesitan medicinas. A nadie se le reconoce salud y autoridad. Estamos todos locos y nos gusta la televisión, valga la redundancia.
La respuesta, evidentemente, está en los libros. En leer mucho (un mínimo de un libro a la semana). No cualquiera, sino los buenos: aquellos que la gente que sepa mucho le confirme a uno que sean buenos libros. Leer no es un entretenimiento: es un acto de constitución antropológica y de formación moral. El que no lee a los clásicos no llega a ser del todo humano. Mientras no cierren las bibliotecas, algunos ejemplares de la especie pervivirán en su estadio civilizado. Aquellos que lean mucho y bueno, por mediana que sea su extracción social, constituirán la nueva aristocracia de nuestro tiempo. Los demás sólo verán la televisión y continuarán entregando sus cuerpos macilentos al bombardeo envilecedor de la publicidad.
Acretinándose con revistas ligeras, por toda lectura.