José Ramón Márquez
Llegamos a la Plaza y la encontramos como la isla aquélla después del tsunami. Como no vi lo del día anterior, me guardo la opinión, pero quiero dejar escrito aquí que Juan Mora tiene tres cosas a su favor en Madrid: la primera, ser pobre; la segunda, ser mayor; la tercera, que usa el estoque de verdad todo el tiempo. Y en cuanto a la corrida, cada cual me la ha contado de la forma que le ha parecido, pero, casualmente, nadie ha hablado nada sobre los toros.
Hoy, pues, tocaba día de resaca. Con Urdiales y con la porquería de El Puerto de San Lorenzo, que hay que ver qué cosa cansina es esto del Puerto. En Sevilla, el día del Puerto de San Lorenzo de la pasada Feria de Abril, fue cuando aquel acertado aficionado preguntó en alta voz: “¿Dónde habéis comprado los toros? ¿En los chinos?” Eso en Sevilla en abril, y en Madrid en octubre, lo mismo: los toros del Cobo Calleja, que cerraron todos los chinos el día de la huelguecilla porque estaban acabando de acicalar la corrida de Madrid para que no desmereciera del resto de petardos que ha pegado por todas partes salvo Bilbao. Nos queda la ilusión de que para el día del Pilar hay anunciada una corrida de Juan Luis Fraile que, hoy por hoy, es el único de los Fraile que ya nos interesa.
Pues incluso con estos mimbres tan descastados, tan mal presentados, en escalera, tan feos algunos de ellos, salió uno que podía haber servido para encumbrar a un torero. Se llamaba el toro Playero I, número 104, y le tocó a Alberto Aguilar, que hizo el hombre lo que pudo o lo que sabe. Al menos no podrá decir que no tuvo su oportunidad de verdad. Si no la aprovechó el hombre fue, seguramente, porque no hay más cera que la que arde y los milagros tienen lugar en Lourdes.
El albaceteño Miguel Tendero dio un recital virtuosísimo de vulgaridad y feísmo. Igual le cantan los que le rodean que es un monstruo, y la visión de su forma tan horrible de torear es realmente monstruosa, pero esa especie de amorfa hibridación de influencias que oscilan entre July y Manuel Caballero hace que las actuaciones de Tendero las veamos como una cuesta arriba, empinada y desazonadora. Su segundo, Playero II, número 116, fue un regalito que quizás podría haberle servido para demostrarnos su suficiencia muletera en una faena de pura pelea o defensa, pero se ve que el chico no está educado para eso. Le dio cuatro muletazos, le tocó las costillas y, como pudo, lo cazó.
Urdiales nos ha traído su tradicional carretilla de decepción. Es torero en quien confiamos, porque éste sabe torear como nos gusta, pero me temo que su historia con nosotros va a estar plagada de más decepciones que de triunfos. Como somos del que lo hace, no nos importa seguir esperando, porque éste, a diferencia de otros muchos, sí que puede hacerlo.
Llegamos a la Plaza y la encontramos como la isla aquélla después del tsunami. Como no vi lo del día anterior, me guardo la opinión, pero quiero dejar escrito aquí que Juan Mora tiene tres cosas a su favor en Madrid: la primera, ser pobre; la segunda, ser mayor; la tercera, que usa el estoque de verdad todo el tiempo. Y en cuanto a la corrida, cada cual me la ha contado de la forma que le ha parecido, pero, casualmente, nadie ha hablado nada sobre los toros.
Hoy, pues, tocaba día de resaca. Con Urdiales y con la porquería de El Puerto de San Lorenzo, que hay que ver qué cosa cansina es esto del Puerto. En Sevilla, el día del Puerto de San Lorenzo de la pasada Feria de Abril, fue cuando aquel acertado aficionado preguntó en alta voz: “¿Dónde habéis comprado los toros? ¿En los chinos?” Eso en Sevilla en abril, y en Madrid en octubre, lo mismo: los toros del Cobo Calleja, que cerraron todos los chinos el día de la huelguecilla porque estaban acabando de acicalar la corrida de Madrid para que no desmereciera del resto de petardos que ha pegado por todas partes salvo Bilbao. Nos queda la ilusión de que para el día del Pilar hay anunciada una corrida de Juan Luis Fraile que, hoy por hoy, es el único de los Fraile que ya nos interesa.
Pues incluso con estos mimbres tan descastados, tan mal presentados, en escalera, tan feos algunos de ellos, salió uno que podía haber servido para encumbrar a un torero. Se llamaba el toro Playero I, número 104, y le tocó a Alberto Aguilar, que hizo el hombre lo que pudo o lo que sabe. Al menos no podrá decir que no tuvo su oportunidad de verdad. Si no la aprovechó el hombre fue, seguramente, porque no hay más cera que la que arde y los milagros tienen lugar en Lourdes.
El albaceteño Miguel Tendero dio un recital virtuosísimo de vulgaridad y feísmo. Igual le cantan los que le rodean que es un monstruo, y la visión de su forma tan horrible de torear es realmente monstruosa, pero esa especie de amorfa hibridación de influencias que oscilan entre July y Manuel Caballero hace que las actuaciones de Tendero las veamos como una cuesta arriba, empinada y desazonadora. Su segundo, Playero II, número 116, fue un regalito que quizás podría haberle servido para demostrarnos su suficiencia muletera en una faena de pura pelea o defensa, pero se ve que el chico no está educado para eso. Le dio cuatro muletazos, le tocó las costillas y, como pudo, lo cazó.
Urdiales nos ha traído su tradicional carretilla de decepción. Es torero en quien confiamos, porque éste sabe torear como nos gusta, pero me temo que su historia con nosotros va a estar plagada de más decepciones que de triunfos. Como somos del que lo hace, no nos importa seguir esperando, porque éste, a diferencia de otros muchos, sí que puede hacerlo.