José Ramón Márquez
Hoy empezó la Feria de Otoño. En vez de hacer como todo el mundo, que es despotricar de ella, pues yo me congratulo ampliamente de tener por delante cuatro días de toros –aunque me perderé uno por causa del deber- a un precio irrisorio, comparado con lo que llevamos pagado por esas plazas de Dios.
La novillada que abre la Feria no es que nos haga tirar cohetes de alegría, que todavía nos acordamos de la de Moreno Silva en San Isidro. Son novillos de José Luís Pereda, de esa hibridación entre Núñez y Juampedro que tiene en Rosal de la Frontera, donde tan buenos cerdos se crían, y desde Medina Sidonia vino un remiendo de Hermanos Torres Gallego, un auténtico tonto del bolo, como corresponde a su estirpe de Mari Camacho y Cuvillejo.
La novillada no fue ni buena ni mala, ni fu ni fa. Abantos de salida, sin fijarse, algunos prontos al caballo y dejándose pegar más que peleando. Tirando a tontos o bobos, táchese lo que no proceda, sin plantear auténticos problemas a sus matadores; la novillada se fue sin pena ni gloria al camión transformada en doce medias canales, que lo mismo en otras manos podían haberse ido al taxidermista a que disecase las cabezas desorejadas. Cuestión de ambición de los coletas, creo yo.
De los toreros poco hay que decir. Cristian Escribano es otra víctima del Julysmo, que se cree que torear es hacer esa demostración de ordinariez y de vulgaridad. No creo que llegue a tomar la alternativa, tal y como se le ha visto hoy de perdido y de naufragado. No hay nada reseñable en su actuación más que la patente evidencia de que el espejo en que se mira, o en el que le hacen mirarse, es lo más contraproducente que puede haber para sus intenciones de llegar a algo en el toro. Un suspenso sin paliativos en sus dos novillos, un cero tan enorme y orondo como el que me dibujó el Sr. Ximénez, profesor de francés en el Instituto Ramiro de Maeztu a la edad de doce años. Le lleva José Luis Seseña, torero que a principios de los ochenta dejó su sello de fino torero y buen capotero en Las Ventas, en la época de Lucio Sandín y Emilio Oliva, al que se le debe haber olvidado lo que sabía, a la vista del pantalón verde que se había puesto para la ocasión.
Damián Castaño tampoco ha traído nada de interés. Será acaso la peste ésa de las escuelas taurinas, que acaban con tantos toreros, o será que realmente no tenía nada que decir, pero la labor de Castaño era ya un jirón de olvido antes de llegar a la puerta de salida de la plaza.
Víctor Barrio tiene algo bueno y algo malo. Lo bueno es su personalidad, se le ve torero y se le nota que quiere ser distinto. Lo malo es que tiene el valor muy, muy justito y eso es un obstáculo enorme. A su primero lo recibió en los medios de capote, a su segundo a porta gayola. La faena del segundo la inició con las ya tradicionales pedresinas y cuando hubo que matar al novillo, que era un armario ropero, las pasó canutas y a poco más le tocan los tres avisos. Me habían hablado bien de él y de hecho es el único que ha hecho algo interesante en esta tarde, pero su falta de valor le va a pasar factura nada más que salga del circuito de los pueblos y se tenga que enfrentar a animales de más compromiso. En superar eso es donde estriba la dificultad que se le plantea para poder llegar a ser algo en el toro, porque creo que aquí podría haber un torero.
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Mañana viernes vienen los Cuvis. A nadie se le puede escapar que esta birria de ganadería, el fetiche del José Tomás de la segunda venida, es la peor compañera para la aventura que le espera a El Cid en Las Ventas. Personalmente, detesto esta birria de toros claudicantes y estúpidos y me gustaría que el cartel de Manuel Jesús y otros dos de mañana tuviese dibujado el hierro de otra ganadería menos ponzoñosa que esta. Vi una vez un toro del Cuvillo con bastante mala leche. Fue en El Puerto de Santa María hace tres años. Era un jabonero de muy malas intenciones y bastante poco colaborador, por usar la terminología al uso. Le tocó, precisamente, a El Cid en tarde que alternaba con Juan Serrano y con el Pasmo de Galapagar. Siempre he sostenido que El Cid brilla más con toros de más cuajo que con toros de pitiminí. Con la de toros que habrá en el campo ¿por qué esta birria del cuvi? Seguro que era la imposición de Manzanares, que al final se ha caído. El Capitán Araña, le dicen a esto.