LUCERO Y ZAPATERO
El Ejército de la Paz de Zapatero mata a trece talibanes en seis horas de combate. A talibán y un poco cada media hora. ¡España en guerra! Aunque no tanto. Desde luego, éste no es el Afganistán de don Emilio García Gómez, pero tampoco la Chacón, esa ministra de los dientes castores ("ahí hay una mujer que dice ay"), va a ser ahora Carmen Matamoros.
España está de guerrilla, que es lo nuestro. Como en el cuento de Pemán, las Ordenanzas son sabias y comprenden que es conveniente levantar un poco al que manda sobre los que han de obedecer. "Una orden dada desde el lomo de un caballo lleva mucho adelantado para parecer razonable." Nuestro pequeño ejército está al mando de Zapatero, uno de esos oficiales laicos que el vulgo llama burlonamente "patateros". Pero en el ejército de Zapatero, como en el cuento de Pemán, no hay más que un caballo: Lucero, el caballo del pan. Es lento, dulce y filosófico. Lleva una campanita colgada al cuello y un serón cargado de bobas, roscas y teleras que huelen a honradez. Sin embargo, no es buen mozo: tiene el cuello corto y la frente larga. Claro que, cuando hay desfile –el de este año se suspendió por falta de presupuesto–, el "patatero" se ve obligado a alquilar el "caballo del pan". Mas, a pesar del estruendo de trompetas que lo envuelve, Lucero no se persuade de que aquel día no va repartiendo pan por Afganistán, y por la fuerza de la rutina se va parando a la puerta de los clientes diarios. El público ayuda: "¡Anda, Lucero!" Pero Lucero da unos pasos y vuelve a pararse ante la siguiente puerta conocida.
–Yo vi un día esta escena –dice Pemán– y no podré olvidarla. Es la más bella alegoría que jamás he visto del dolor, el absurdo y el artificialismo de esa gran locura que es la guerra.
Ignacio Ruiz Quintano