SEVILLA DEJA LA SILLA
Jordi Sevilla, que no hace mucho era ministro, aunque no recuerdo de qué, se va de la política, que hoy debe de ser un infierno (pero el de Voltaire, con un tonto en cada hombro repartiendo conversación). Dicen que Sevilla se va huyendo de la mirada del Gran Timonel y ese aire vago de adormecimiento bizco que, es un decir d’orsiano, da el haber gustado excesivamente de la sangre... Pero a mí de Sevilla sólo me interesa que, en ese infierno volteriano, ha sido el Virgilio de mi amigo Juan María Calles, que ganó el Adonáis en el cuartel general de la División Acorazada Brunete, donde él era furriel, porque ya era poeta, y yo, que ya era periodista, soldado raso. ¿Qué ventilábamos allí, Dios mío? “Lo que secreta y especialmente me aterrorizaba –confiesa J. R. Ackerley en Mi padre y yo– era que me pudieran pegar un tiro en los huevos, y eso explica psicológicamente (físicamente, resultaría inútil) que me lanzara al enemigo con el cuerpo agachado.” Ackerley estaba en las trincheras de la gran guerra europea, pero nosotros sólo alargábamos el invierno en una garita de El Pardo que nos mataba de tedio -¿o sería ennui?- y de sueño. No sé si fue allí donde pillaron a Calles con un libro. “¿De quién es ese libro?” “De Unamuno, mi brigada.” “¡Pues mañana, a diana, os quiero a Unamuno y a ti en el cuerpo de guardia!” ¿Quién nos iba a pegar a nosotros un tiro en los huevos? Mas ahí estaba la actitud preventiva de futbolista -después de todo, uno era entonces el crítico de fútbol de ABC- que aguarda en la barrera un golpe franco de Hugo Sánchez. Mucho después supe de Calles que andaba de subdelegado del gobierno (!) en Castellón y que se preparaba para presentarse a alcalde. Y al final, un libro hermoso, Materia sensible, su antología poética. "El mar extraño sabe mi orfandad. / La vida se parece a mi recuerdo." La vida, querido Calles, es tan rara como la muerte.
Jordi Sevilla, que no hace mucho era ministro, aunque no recuerdo de qué, se va de la política, que hoy debe de ser un infierno (pero el de Voltaire, con un tonto en cada hombro repartiendo conversación). Dicen que Sevilla se va huyendo de la mirada del Gran Timonel y ese aire vago de adormecimiento bizco que, es un decir d’orsiano, da el haber gustado excesivamente de la sangre... Pero a mí de Sevilla sólo me interesa que, en ese infierno volteriano, ha sido el Virgilio de mi amigo Juan María Calles, que ganó el Adonáis en el cuartel general de la División Acorazada Brunete, donde él era furriel, porque ya era poeta, y yo, que ya era periodista, soldado raso. ¿Qué ventilábamos allí, Dios mío? “Lo que secreta y especialmente me aterrorizaba –confiesa J. R. Ackerley en Mi padre y yo– era que me pudieran pegar un tiro en los huevos, y eso explica psicológicamente (físicamente, resultaría inútil) que me lanzara al enemigo con el cuerpo agachado.” Ackerley estaba en las trincheras de la gran guerra europea, pero nosotros sólo alargábamos el invierno en una garita de El Pardo que nos mataba de tedio -¿o sería ennui?- y de sueño. No sé si fue allí donde pillaron a Calles con un libro. “¿De quién es ese libro?” “De Unamuno, mi brigada.” “¡Pues mañana, a diana, os quiero a Unamuno y a ti en el cuerpo de guardia!” ¿Quién nos iba a pegar a nosotros un tiro en los huevos? Mas ahí estaba la actitud preventiva de futbolista -después de todo, uno era entonces el crítico de fútbol de ABC- que aguarda en la barrera un golpe franco de Hugo Sánchez. Mucho después supe de Calles que andaba de subdelegado del gobierno (!) en Castellón y que se preparaba para presentarse a alcalde. Y al final, un libro hermoso, Materia sensible, su antología poética. "El mar extraño sabe mi orfandad. / La vida se parece a mi recuerdo." La vida, querido Calles, es tan rara como la muerte.
Ignacio Ruiz Quintano