viernes, 22 de marzo de 2019

Militarismo

Azaña


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Obligado a navegar por sus propias aguas “constitucionales” como “El holandés errante”, el portaviones de España atracará en el puerto de Guecho con la oposición municipal de los partidos del Consenso Separatista (PNV, PSOE, Podemos, Bildu, integrantes todos del Estado de Partidos, que la nómina va por otro negociado), que se declaran “antibelicistas”. Habrán oído decir que los capitanes españoles, al ocupar un pueblo, en un avance, se convierten mágicamente en alcaldes, y esos pobres concejales creen estar defendiendo su cocido.
¿Es necesario aclarar la evidencia de que se puede ser militarista sin ser militar y militar sin ser militarista? Con estos políticos y estos periodistas, sí. En su día, Fernández Flórez descubrió al frente del Consejo de Ministros el alma de un coronel de Caballería que quería llegar a mariscal: era Azaña (por cierto, el último inquilino del Palacio Real) contemplando el campo de maniobras de España. El desenlace es conocido.
Si había un hombre mal dotado para presidir la gran batalla, ése era don Manuel –reconoce Albornoz, el asistente que lo vio temblar cuando lo acompañaba.
En el mito de la República había militaristas que no eran militares, como Azaña, y en el mito del 78 hubo militares que no eran militaristas, como De Santiago, el general que nos legó la Comisión General de Secretarios de Estado y Subsecretarios (he aquí un ejemplo de capitán español que al ocupar un cargo, en un avance, se convierte mágicamente en alcalde): ocurrió en el primer gobierno de Suárez, con Abril, ministro de agricultura, emperrado en subvencionar la pera limonera, contra Lladó, ministro de comercio. Un día y otro día, hasta que el general, con resolución castrense, preguntó si se iban a pasar los consejos discutiendo de la pera limonera. En las caras vio que sí, y entonces, para deshacerse del tabarrón, creó la Comisión de Secretarios, cedazo del Consejo, que ahí está. Debe de ser lo que el nuevo centrismo llama fascismo.