María Soraya
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Este andancio occidental de buenismo que padecemos es burda caricatura de la religión de la humanidad de Augusto Comte, y por eso conviene repasar la literatura de los derechos.
–Los derechos son intereses (¡intereses!) jurídicamente protegidos –escribe en “El espíritu del Derecho romano” Von Ihering, tan fanático del Estado (“¿el Estado está obligado a respetar la ley que ha hecho”?) como nuestros liberales, que lo cuidan como la hormiga al pulgón, al extremo de exonerarlo del deber de socorrer al discapacitado psíquico.
Derecho subjetivo implica siempre dos voluntades enfrentadas: una voluntad que se impone a otra voluntad, porque es superior a ella, lo que supone una jerarquía de voluntades. “Derechos” no son más que el poder que tiene una persona de imponer a otras, incluso por la fuerza, su voluntad.
El derecho subjetivo es, pues, una noción de orden teológico-metafísico (los derechos son inconcebibles sin una divinidad que los otorgue), por lo cual Comte se muestra partidario de apartar la palabra “derecho” del verdadero lenguaje político así como la palabra “causa” del verdadero lenguaje filosófico.
–La noción de derecho es inmoral y anárquica, y la de causa, irracional y sofística. En el Estado positivo, la idea de derecho desaparece irrevocablemente: cada uno tiene deberes con todos, pero nadie tiene ningún derecho propiamente dicho. En otros términos, nadie posee otros derechos que el de cumplir siempre su deber.
El Estado positivo no es, desde luego, el Estado de Partidos, una de cuyas eminencias metafísicas, María Soraya, pasa a “desarrollar y liderar la práctica de corporate governance y compliance” (sic) de una firma de abogados, al modo como Carmen Chacón cayó en otra firma de abogados “en calidad de socia of counsel” (sic).
–La metafísica del clero –avisó Saint-Simon antes de Comte– puso en marcha la metafísica de los legistas. “Soberanía por la voluntad del pueblo” no significa nada sino en oposición a “soberanía por la gracia de Dios”.