Hughes
Abc
L'Equipe acuñó una frase que hizo fortuna: «El Madrid siempre vuelve». Se aplica a su leyenda deportiva, pero también podría a su hábito moderno de reincidencia en el banquillo: Toshack, Beenhakker, Capello, Camacho y ahora Zidane, cuyo fichaje contraviene un viejo mandamiento de Bernabéu: «El que se va del Madrid no vuelve». Pues no solamente vuelve, sino que vuelve por aclamación y al hacerlo trae consigo algo. Zidane no repite lo que ha ganado. Recuerda lo que ha perdido. Y eso sí es el Madrid.
Zidane se despidió en mayo de 2018 y retorna en marzo de 2019. Qué ha cambiado en él nos lleva a preguntarnos qué ha cambiado en el Madrid. Al irse fue claro: «El Madrid necesita un cambio». Ayer repitió esa palabra hasta que sonó misteriosa. El Madrid cambió solo al portero y el resultado es conocido. Quizás ese haya sido el primer punto de acuerdo, pero lo interesante es lo que hayan podido añadir, una disposición que hay ahora en el club y que no había el año pasado. Para empezar le ofrecen un contrato hasta 2022, pero ese no fue nunca el problema: el Madrid firma tiempo a sus entrenadores, otra cosa es el espacio que les da.
Su regreso es la confesión de que se ha perdido una temporada y este desencuentro de nueve meses es la diferencia entre planificar e improvisar. Entre anticipar una crisis y tomar medidas o esperar a que se manifieste y recurrir entonces a lo conocido. Zidane se marchó de año sabático y el golpe se lo pegó por él Lopetegui. Zidane es el tipo de persona que abandona en la escala un avión que va a estrellarse. Lo llamamos baraka, pero quizás sea una específica intuición argelina que se nos escapa.
Los mismos que estos meses han estado contando que dejó tirado al Madrid dirán ahora que acude al rescate. Estas dos versiones, que son la misma, olvidan lo que tienen en común: convierten al Madrid en un personaje pasivo. El «dejado», el «rescatado».
Su fichaje en 2016 y su vuelta en 2019 también comparten algo: llegaron a la semana siguiente de escucharse gritos contra Florentino en el estadio. Zidane forra el palco de amianto y teflón y además parece la salida natural del Florentinismo.
Zidane estuvo en sus cinco Champions. Como jugador, como segundo de Ancelotti y como entrenador. Sus tres títulos no fueron lo mismo: en la primera ganó a la italiana, en la segunda dominó con un gran fútbol, y en la tercera venció con chilenas y chiripa, un poco como había ganado la novena. Tuvo algo de apoteosis, homenaje o rúbrica. El Florentinismo, impecable en la gestión patrimonial, fue errático e incomprensible en lo deportivo salvo cuando él estuvo por medio. Esa figura entre lo sublime y lo ausente convirtió su aparente caos en buena fortuna.
Zidane es una moneda al aire que siempre sale cara, una definición posible del Madrid de Florentino. Zidane ha sido el único en darle sentido. Un sentido incluso institucional (el mismo club ya parece otro con él). Su media sonrisa llena el vacío como el gato de Cheshire guiaba a Alicia cuando se perdía. «¿Qué camino seguir para salir de aquí?». Alicia en el País de las Copas de Europa.