domingo, 24 de marzo de 2019

Crepuscular empate a uno en el Ramón de Carranza

Tarifa, Cádiz

Francisco Javier Gómez Izquierdo

       Estas últimas temporadas habíamos ido a Barbate a comer atún y ya de paso saltar a Cádiz para animar al Córdoba, pero en vista de los malos ratos que estamos pasando durante esta Liga y antes de que mis sobrinas me anunciaran su visita este fin de semana había decidido que no. Que vamos a por atún cualquier día sin que nos amenacen disgustos en la digestión.

       Mientras las sobrinas recogen sus cosas para marchar a Málaga y yo las mías para subir a Burgos a ver a la madre, miro un partido al que las fotografías de Beatriz en Tarifa adjetivan del modo más acertado a los dos rivales. Tanto el Cádiz aspirante al ascenso como el Córdoba reclamando un último aliento de vida me parecen equipos decadentes y crepusculares, con momentos quizás hermosos pero en todo momento rodeados de una  moribundez inquietante en lo amarillo y con olores de gangrena en lo blanquiverde.

     Los últimos goles de ese carro atestado de ellos “hasta las cartolas” que llevamos los cordobesistas son de tanta estupidez que no me atrevo ni a describirlos. El que nos ha privado hoy quizás de ganar ha vuelto a tener como protagonistas al central Quintanilla y al guardameta Carlos Abad, ambos en un estado emocional tan  alarmante que no hay partido en el que no se figuren estar pescando anguilas en vez de jugando al fútbol con un balón redondo.
       
Tras un angustioso primer tiempo que acabó con 0-0, el Córdoba saltó en el segundo con bastante mejor disposición y sobre todo voluntad, pero al cuarto de hora la pelota sobrepasa a Carlos Abad y Quintanilla se propone despejarla sin mayores dificultades, pero nuestro portero se lanza con ánimo de atrapar el esférico sin controlar que no hay rival a la vista y echa mano al pie de su propio defensa derribándolo y propiciando un nuevo gol en propia meta, esperpéntica categoría a la que estamos acostumbrados. Les prometo que ante esta acumulación de despropósitos a veces temo estemos malditos por mal de ojo de poderoso brujo o condenados por maleficios insospechados. Como digo, en la segunda parte el equipo ha estado correcto si exceptuamos el estrambote del gol y se ha conseguido empatar en brillante intervención de nuestro joven Andresito que ha puesto un gol en la cabeza de Piovaccari que por edad podría ser su padre. El central Marcos Mauro, sustituto del veterano titular Sergio Sánchez ha ayudado lo suyo en el alarde de Andrés pero ya se sabía que en este partido faltaban muchos habituales por lesión y partidos internacionales. En la delantera gaditana faltaban Vallejo con la selección española sub-21 y el eléctrico Machís plantando cara a Messi con Venezuela. A nosotros, Carrillo, un cedido del Cádiz internacional por Filipinas. Curiosa la circunstancia que Patiño, ídolo en aquellas islas, diera al salto al estrellato también desde el Córdoba.
     
Con el 1-1, Bodiger y Andrés se han marcado un jugadón que ha acabado con el balón en el poste pareciendo certificar el maleficio que persigue al equipo. En realidad ya todo da igual. Tanto en el Cádiz como en el Córdoba sus mejores elementos hoy han sido José Mari y Bodiger, dos trabajadores hasta más allá del notable con cierta solvencia técnica. En el Cádiz uno esperaba volver a ver la velocidad y el desequilibrio que aquí hemos alabado de Salvi, la elegancia zurda de aquel Rennella siempre malhumorado que hace años aterrizó en El Arcángel o el choque en el área de ése Lekic morrosko acostumbrado a mojarnos la oreja con otras camisetas. Pero no; el mejor ha sido José Mari, un medio centro que puede transmitir paz a los cadistas, pero nunca gloria.