domingo, 3 de marzo de 2019

Historia de una recomendación

Mi abuelo el carabinero
Aldeávila de la Ribera (Salamanca), 1921
De Guzmán Caballero en fotosconhistoria.canalhistoria.com

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PARLAMENTO / ACOTACIONES DE UN OYENTE


LA PROVISIÓN DE VACANTES EN CARABINEROS

Por Wenceslao Fernández Flórez

El escándalo que estalló a primera hora de la sesión de ayer tiene una explicación muy difícil. Imaginen ustedes que se había abierto un concurso para cubrir seiscientas u ochocientas vacantes en el Cuerpo de Carabineros. La provisión de estas plazas estaba antes sujeta a requisitos que estrechaban el acceso a las mismas. Pero todo evoluciona en el mundo, y se descubrió por fortuna que era necesario procurar que los carabineros careciesen de ideas perjudiciales. No aclaraba mucho más el texto de la orden de convocatoria, y hay que decir que no era preciso, porque todos estamos de acuerdo en que las ideas perjudiciales no son, como es natural, convenientes. Se redujeron a seis los meses de servicio en el Ejército que los aspirantes debían justificar. Y se les prohibió en absoluto cualquier clase de ideas perjudiciales. Dieciocho mil españoles, tras un examen detenido de su propia conciencia, se creyeron libres de semejante mácula. Y firmaron dieciocho mil instancias y pagaron -cada uno- las cincuenta pesetas que exigía la Administración para declararlas dignas de examen.

Inmediatamente sucedió un fenómeno. En parte -no hay que olvidarlo- porque tenemos la suerte de vivir en la etapa del ritmo acelerado, y en parte por la jubilosa emulación que despertó en la Administración Pública el hecho de que existiesen dieciocho mil ciudadanos sin ninguna idea perjudicial y con cincuenta pesetas en el bolsillo, se imprimió una rapidez extraordinaria a la resolución de todos aquellos expedientes. En verdad, fue un éxito al que es inútil buscar precedentes y que es difícil que se repita. En siete días fueron examinados los méritos de los dieciocho mil hombres y comenzaron a hacerse las designaciones. Y cuando la Administración esperaba recibir los plácemes del Parlamento por esta labor increíble, titánica, se levantan los señores Manglano y Rodríguez de Viguri, con las manos en la cabeza, jurando no haber conocido mayores desatinos que los que se cometieron en esta ocasión.

¿Pero qué desatinos, si se puede saber? ¿Que la lista de nombramientos coincide con la de recomendaciones?

(...)

Sí, hay algunos lunares. Por ejemplo, se nombró carabinero a un respetable señor que escribió una carta pidiendo la plaza para un Fulanito cualquiera. Se confundió al recomendado con el recomendante. Un error de la secretaria muy disculpable cuando se despachan con ritmo acelerado tantos centenares, tantos millares de cartas de recomendación. Pero ¿qué hay en esto de incorregible? Al oír al señor Rodríguez de Viguri supusimos al respetable autor de la carta, viejo ya, con gota, con una posición social elevada, en trance de sufrir las consecuencias de la equivocación. Pálido, con la Gaceta donde constaba su nombramiento caída a sus pies y gruesas gotas de sudor en la calva, se nos representaba aquella víctima de un descuido burocrático abrazando a su familia antes de decir:

-Estoy perdido. He recomendado para carabinero al hijo mayor de la portera y el ministro me ha nombrado a mí. Nunca supuse que mi brillante carrera terminase en el examen del doble fondo de los baúles. Ahora tendré que hacer guardias en alguna playa desierta o en algunos picos nevados. Con lo que me fastidia la humedad. ¡Adiós, hijos míos; parto a ser el azote del contrabando, que nunca me interesó con exceso! Dadme de baja en la Gran Peña y no os olvidéis de enviarme calcetines de lana.

Esto sería cruel. Pero nada de ello ocurrió, sino que el caballero escribió diciendo sencillamente:

-¡Que no soy yo, que es Fulanito!

-¡Ah, perdón! -contestaron.

Y nombraron a Fulanito.


ABC, Madrid, 28 de Marzo de 1935



Monumento al Cuerpo de Carabineros en El Escorial