martes, 27 de noviembre de 2018

El mar de Barbate

 El mar de Trafalgar
Barbate

 Buscando desde el cielo

Patera


Francisco Javier Gómez Izquierdo

       Lo que más me llama la atención de los inmigrantes africanos a la deriva en el Mediterráneo y los que arriesgan su vida en el Estrecho de Gibraltar es su fanatismo, supongo que irracional, por creer que la felicidad vive en Europa. Si bien para el delicado asunto de la inmigración no ha de tenerse sólo en cuenta las perspectivas políticamente correctas de hambruna y persecución política, que sin duda son comprobables en muchos casos, y escuchar también las voces expertas del pikoleto que recoge embarazadas a las que esperan rufianes de su misma raza o de aquellos que saben a qué “harca” moruna pertenecen los treinta y siete moritos de la última patera sin obviar la maldad absoluta de los senegaleses y nigerianos que compran barcos europeos en los desguaces de Mauritania para hundirlos cargados de negritud si son avistados por la autoridad, es innegable que, al pisar la arena de la playa, el africano cree que ha llegado al cielo y que el martirio propio o el de los que le acompañan merece la pena.
     
Se ve que la vida en África es insoportable, la miseria imperecedera y la corrupción de sus gobernantes una plaga eterna de la que huir incluso asumiendo el riesgo de ser devorado por los monstruos de una Estigia a la que miran desde las costas marroquíes, libias y argelinas con el firme propósito de vencer o morir.

      En estas cavilaciones me entretengo en mis paseos mañaneros por la Breña de Barbate, mirando apesadumbrado un mar que ojalá descanse de esta tristísima vomitera de cadáveres a costa de sus revueltas noches.