Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Melania ya no podrá atar, como mandaban Los Mismos, una cinta amarilla alrededor del viejo “friendship” que Macron, más guapo que un San Luis, regaló a Trump, y que juntos plantaron en el jardín de la Casa Blanca. Ha muerto.
Para dulcificar su asedio, Saladino enviaba a San Luis pollos y sorbetes helados. Macron quiso dulcificar el suyo a Trump enviándole un roble que se ha secado, y eso que Trump no tiene perro (“me gustan, pero no tengo tiempo, y sería otro farsante”).
–Hace cien años, los soldados estadounidenses lucharon en Francia, en Belleau, para defender nuestra libertad. Este roble, mi regalo, será un recordatorio en la Casa Blanca de estos lazos que nos unen –tuiteó el pequeño presidente, tocando el acordeón.
El “friendship” de Macron (caballerete que amenaza con una vara de abedul a Boris Johnson, si éste no se aviene al papel de pagafantas que le asigna la UE) debía ser para Trump lo que el árbol Bo para Buda, la sombra bajo la cual tener las revelaciones de la verdad: la “grandeur” es Francia.
–Ir a la guerra sin Francia es como salir a cazar ciervos sin tu acordeón–dijo en el Golfo el general Schwarzkopf.
Los amigos, tiene dicho nuestro Santayana, son la parte de la raza humana con la que podemos ser humanos: las simpatías y antipatías corren juntas sin ataduras como los corceles de la aurora. El filósofo no se refiere a la “amistad por virtud” de Aristóteles, que significa comunidad de ideales. Habla de la unión de un hombre entero con otro hombre entero, cuya simpatía física puede, a veces, por un momento, propagarse a los sentidos, razón por la cual “una psicología de moda explica que toda amistad es una aberración sexual”.
–Pero el amor a los amigos no es, como el amor a la mujer, un prólogo lírico para la construcción del nido.
Sólo hemos de comparar el nido de Macron con el nido de Trump.
(“Los dos tortolitos hicieron su nido pajita a pajita”, dice el poeta José-Miguel Ullán que escribió un cronista cubano.)