Francisco Javier Gómez Izquierdo
Rafalita, con la que coincido muchas mañanas en lo de Antonio con el café y la tostada, es una señora mayor, madrugadora y de muy buenos sentimientos. Hoy, muy temprano, la he visto compadecerse de corazón de la alcaldesa de Barcelona a la que sacaban en el tele llorando al acordarse de sus hijos. “Natural, una sufre y da lo que sea por los hijos. No está bien que insulten a una madre así de esa manera”. Rafalita no tiene claro cómo y de qué manera han insultado a doña Colau, por lo que yo he intentado explicárselo no sé si con la pertinente neutralidad. Digo a Rafalita que doña Colau ha consentido y propiciado miles de insultos y acosos a padres y madres cuando ella aún no había sido bendecida con esa descendencia que al parecer le ha dado, de ello me alegro, una humanidad y sensibilidad que no se sospechaba en tan brusca mujer. Le cuento que doña Colau y sus seguidores practicaban un deporte que bautizaron “escrache” al que pusieron sello de democracia patanegra en el que llegaban a la felicidad absoluta cuando veían ensoberbecidos la angustia en los ojos de niños con padres indignos. Fascistas, gritaban los conmilitones de doña Colau, que era categoría en la que no cabían madres.
No es de la feliz maternidad y el eco periodístico de tal condición en la alcaldesa, personaje público expuesto a las veleidades irracionales de lerdos y maleducados vulgos lo que creo deba preocupar en demasía a Rafalita y a las personas de buena voluntad. Lo que de verdad alarma, a mí al menos, es la indiferencia o ¿quizás el miedo? ante las noticias de estas mujeres que secuestran a los hijos con la terrible coartada de que el padre los viola. Violar. Acusan falsamente de violar y no hay consecuencias. Sí. Sí las hay. De la presunta violación, delito que, como todo jurista menos doña Calvo sabe, no existe en el Código Penal al ser suprimido por franquista, se enteran los vecinos, el barrio, los compañeros de trabajo y el día o los días de chabolo en el talego por “presuntos abusos” conforme al mandamiento judicial marcarán de por vida al desgraciado padre que supo demasiado tarde a quién había elegido como madre de sus hijos.
Argumente el feminismo radical lo que le dé la gana, pero esos hombres no se atreven a reclamara en los juzgados a los que fueron llevados acusados de violación lo que en Derecho les corresponde por muy clara que haya quedado la falsa denuncia de la ya “enemiga”. Denuncian la reiterada no entrega de las criaturas los fines de semana, pero no son capaces de exigir o desobedecer la orden judicial como hacen ellas por la demoledora razón de que una o varias veces han sido denunciados de violar a los pobres hijos... y “todos creen que soy un monstruo”. Alguno llega al suicidio, pero del suicidio no es políticamente correcto hablar. En lo que va de año, estamos en España por casi los 2.000. El 70 % del género masculino.
Rafalita tiene un nieto al que después de desayunar lo lleva al colegio. “Es que mi nuera no puede la pobre. Está malucha y dice mi Rafa que la va a llevar al psicólogo porque no sabe qué le pasa. Mi Rafa está preocupado porque mi nuera le habla mu malamente, la verdad”. Le digo a Rafalita que qué le parecería que a su hijo se le presentaran dos policías en el bar del centro en el que trabaja y se lo llevaran ante un juez por denuncias de su nuera. “Uy, uy, uyyy, pero ¿qué dices? ¿Cómo va a poder ser eso?”
No doy detalles a Rafalita de lo que uno ha visto, pero sí le encarezco que lo del psicólogo se lo quite a su hijo de la cabeza. Uno hay del SAS en Granada que ha buscado la ruina a varios inocentes.
Lo que quiero que se entienda es la siguiente pregunta: ¿Cómo se puede denunciar falsamente, a sabiendas -no por sospechas-, de VIOLAR NIÑOS y no haya pena para tal barbaridad? Lo de la impunidad, según el género en el incumplimiento de las resoluciones judiciales, es debate tan pervertido que creo es mejor dejarlo ya por imposible.