Crónica de José Ramón Márquez
Fotos de Andrew Moore
La genética es muy caprichosa
J. J. Fraile Maceín
el descaste, el embestir a cabezazos, el huir de la suerte,
la mansedumbre de vaca lechera, el ir a morir tres de seis
en chiqueros, la blandura, la inexistencia del tercio de varas,
plenamente innecesario, el acometer al paso, el rajarse,
el derrote, la actitud de morueco más que de toro
José Ramón Márquez
La corrida de hoy se puede definir en una sola palabra que empieza por la letra eme, y no vamos a poner aquí juntas la i, la e, la erre, la d y la a que van detrás por respeto al paciente lector. Como un piano de grande, como un Everest, de tal envergadura fue el excremento que tuvieron a bien mandar a Las Ventas para que se lidiase como corrida de toros desde Tamames, con un par. Desde que salió del toril el asqueroso del primero, que era un tonel con patas, ya se vio que la cosa de estos lisarnasios o atasardios venían dispuestos a darnos la tarde. Cuando a las nueve y cinco minutos doblaba el sexto, la sexta bosta, nos quedamos unos cuantos esperando a darle una ovación al mayoral, porque tampoco es fácil traer la bazofia que embarcaron para Madrid, que un fiasco tan gordo también hay que reconocerlo en lo que vale.
En realidad la turra de los lisarnasios era algo bastante previsible, pues bien es sabido que estos bichejos vienen a la Monumental de manera cansina y continuada pase lo que pase. ¿Están mal?, ¿qué más da?, ellos vuelven. ¿Están peor?, da lo mismo, ellos vuelven. Vuelven y vuelven y vuelven a volver los del Puerto de San Lorenzo, los de Valdefresno del puerto, los de Moisés Fraile del puerto… los únicos que vieron clara la jugada fueron los de La Ventana del Puerto que, con un acierto muy de aplaudir, eliminaron lo anterior, lo del Puerto, y se echaron en brazos de Jandilla o de Aldeanueva o lo que sea, que me da lo mismo, y como es suyo por mi parte como si les echan al charolés. Y lo único que se pide es que no traigan más estas bazofias, que las dejen por Salamanca o que las vendan para los pueblos, para las calles, para los encierros por el campo, que los vendan a entradores de carne para transformarlos en derivados cárnicos sin necesidad de tener que pasar el trámite de que vengan a Las Ventas, que no es tan difícil, digo yo, decir que esta ganadería se deja en el refrigerador tres o treinta y tres años, a ver si nos olvidamos un poco de ella. Al pobre de San Lorenzo lo asaron unos malhadados en una parrilla y los ganados de El Puerto de San Lorenzo no merecen menos que el Santo cuyo nombre ostentan: unas buenas brasas, donde echar las carnes, unas botellas de Rioja y una ensalá, y eso bien lejos de Las Ventas.
Habrá quien quiera salvar los muebles del ganado tratando de dar la bula al memo de Garabito I, corrido en tercer lugar, toro corretón e imbécil de estos que ahora gustan, pero Garabito I era tan eme y lo que sigue como sus cinco compinches, que se dice pronto estar cuatro años echando de comer y desparasitando a esos seis puntos filipinos, que si los ganaderos tuvieran una mínima conciencia, mañana mismo, sin perder más tiempo, ya estaban las madres camino del matadero de Asocarsa al lado de Salamanca, a darles boleto. Siempre quieren salvar esta ganadería con los toros corretones. El año pasado hubo dos bobos de estos muleteros y este año el Garabito. Quien se conforme con eso, ya le vale.
La verdad es que si ahora mismo, recién salidos de la inmundicia lisarnasia del Puerto de San Lorenzo, incluido el corretón, echamos la vista un poco atrás y recordamos la tríada de Albaserrada, la de Escolar, la de Victorino, la de Adolfo, es como si viésemos auténticos monumentos al toro de lidia, cada cual en su estilo, y aunque la banda luego vaya y se ponga tiquismiquis con que si Adolfo tal, con que si Victorino cual, el hecho es que la inteligencia, la imprevisibilidad, la incertidumbre, el interés de aquellos dieciocho toros, la cantidad de matices que contenían representan de manera muy adecuada lo que se espera como mínimo en algo que se publicita como “corrida de toros”, porque lo que hoy hemos visto debería haber sido anunciado como “exhibición pecuaria de bueyes de carreta”, para que nadie se llamase a engaño sobre lo que vendría. Y como testimonio de cargo ahí quedan tantas pruebas como se quieran aportar a la causa: el descaste, el embestir a cabezazos, el huir de la suerte, la mansedumbre de vaca lechera, el ir a morir tres de seis en chiqueros, la blandura, la inexistencia del tercio de varas, plenamente innecesario, el acometer al paso, el rajarse, el derrote, la actitud de morueco más que de toro. Eso en lo del interior, y en lo del exterior, lo observable, las pintas de las prendas desde el barril con patas del que hablábamos más arriba hasta el gayumbo de tiros largos, el de la jorobita, mejor que morrillo, con la divisa en el medio de la jorobita, que parecía un floripondio, el alargado, el bizco y el acapachado, como quien dice Los Borrachos de Velázquez a lo vivo.
Antonio Ferrera, Miguel Ángel Perera y López Simón fueron los tres toreros a los que engañaron para anunciarse con la gayumbada lisarnasia.
Ni qué decir tiene que el mayor interés de la tarde venía de la mano de Antonio Ferrera, que sin duda tiró de la taquilla a raíz de su pasada actuación del primero de junio. La incógnita que se ventilaba y que ha quedado en el aire hasta mañana es si Ferrera puede crear estilo sobre esos modos tan arrebatados, tan de inspiración, que mostró el pasado día. La hipótesis de uno es que no, que esas cosas tan personales, tan intensas, no son para todos los días, que a diario se vive con el toreo de diario hasta que, de pronto, sale la chispa, el relámpago, pero que vivir a base de relámpagos y chispazos el único que conocemos que lo haya hecho es Electro, uno de los enemigos menos importantes de Spiderman. No hubo forma de ver nada mínimamente, más bien el cortocircuito, pues la condición de los lisarnasios que sorteó no era proclive a nada, ni al arrebato ni al pase vulgar. En su primero, que hacía bueno el dicho de que el que bruto entra, bruto se ausenta, anduvo por allí y punto. A la ternera mansa y negra que le tocó en segundo lugar anduvo persiguiéndola a ver por dónde, tras irse a iniciar su faena al tercio del 6 donde más aire andaba, y pareció que a base de oficio iba a medio meterla en el capacho, dejando una buena serie de naturales dada casi en el límite de lo admisible en cuanto a colocación, en la que todo el mérito pertenece a Ferrera, pero el animalejo ya dijo con su mirada que “una y no más, Santo Tomás” y volvió grupas hacia los chiqueros, donde presentía que se hallaba la libertad. A este tercero le había hecho un quite para sacarle del caballo a base de una gaonera, un farol, otra gaonera, otro farol y el remate de una larga, de mucho sabor y torería.
Perera estuvo enfangado con las condiciones deleznables de su lote. Yo no es que crea actualmente mucho en las condiciones de sorprender de Perera, cuya involución como torero es más que patente en los últimos dos lustros, pero de su nada del día de hoy no se puede crear un pliego de cargos contra el de la Puebla del Prior, puesto que las dos bostas ganaderas que le echaron no dieron ni opción. El primero se ha borrado de la mente y del segundo sólo se recuerda su constante resolución en huir y un susto que le metió al matador. Ya puede mandarle Perera un jamón de esos exquisitos que hacen en Monesterio al señor Fraile en agradecimiento por lo buenos que son los toros que cría.
Y López Simón, que en el marasmo de la tarde se dedicó a hacer su mejor faena al público, a esas gentes ansiosas de decir que han visto algo y que jalean lo malo y lo peor como si de oro molido se tratase. Tuvo la fortuna de encontrarse con el único que se movió y se dedicó a tundirle a mantazos por las afueras, a declamar una Ilíada de ventajas, y como el bicharraco iba y venía más o menos y él conseguía empalmar los muletazos, pues ya la tenemos liada y los ¡bieeen! iban manando como jaculatorias. La verdad es que no es posible reseñar algo de su labor en la que también se echó por la senda espaldar, que tan en boga ha puesto Roca de Lima a condición de que el toro no sea de Adolfo Martín, así que tras las series que enhebró con la derecha, que es la parte más mollar de su trabajo, por las afueras, ayunas de encaje, de hondura o de torería, de figura tan forzada, se vio que la única manera de levantar la faena era recurriendo a la peste de las bernardas, que este año están funcionando la mar de bien como motor orejil, y ahí sufrió una fuerte voltereta que le deparó la más sincera ovación de la tarde, y otra cuando volvió al toro a darle otra ración de lo mismo. En ese momento, atendiendo al dicho que reza: “faena con revolcón, oreja al esportón”, la peluda estaba en su bolsillo, pero se atoró en la cosa de la espada, donde planteó la suerte suprema de la misma forma que Gonzalo Caballero el día de su cogida: cita al toro y en el embroque tira la muleta al suelo, intenta clavar y se encuna. Esto lo hizo dos veces y luego ya lo hizo normal, el volapié de cada día. En su segundo la venganza de los Puerto de San Lorenzo se hizo de nuevo patente y López Simón ante los derrotes aviesos y las malas trazas del asqueroso morueco, puso punto final a su actuación y a la corrida sin que la cosa de la espada le fuese propicia, pero no reseñaremos sus cuitas con el acero, que hoy no es necesario.
Hoy, nuevo ridículo de los benhures de la mula con el tiro a toda carrera sin haber conseguido sujetar la honda al aro: las mulas piafando como pura sangres y el toro ahí tumbado. ¿Cómo es que, de pronto, los mulilleros lo hacen tan mal?
Otra cosa es lo de los monos: hoy contamos catorce monosabios de servicio con sus camisillas encarnadas. Catorce, que se dice pronto.
La corrida de hoy se puede definir en una sola palabra que empieza por la letra eme, y no vamos a poner aquí juntas la i, la e, la erre, la d y la a que van detrás por respeto al paciente lector. Como un piano de grande, como un Everest, de tal envergadura fue el excremento que tuvieron a bien mandar a Las Ventas para que se lidiase como corrida de toros desde Tamames, con un par. Desde que salió del toril el asqueroso del primero, que era un tonel con patas, ya se vio que la cosa de estos lisarnasios o atasardios venían dispuestos a darnos la tarde. Cuando a las nueve y cinco minutos doblaba el sexto, la sexta bosta, nos quedamos unos cuantos esperando a darle una ovación al mayoral, porque tampoco es fácil traer la bazofia que embarcaron para Madrid, que un fiasco tan gordo también hay que reconocerlo en lo que vale.
En realidad la turra de los lisarnasios era algo bastante previsible, pues bien es sabido que estos bichejos vienen a la Monumental de manera cansina y continuada pase lo que pase. ¿Están mal?, ¿qué más da?, ellos vuelven. ¿Están peor?, da lo mismo, ellos vuelven. Vuelven y vuelven y vuelven a volver los del Puerto de San Lorenzo, los de Valdefresno del puerto, los de Moisés Fraile del puerto… los únicos que vieron clara la jugada fueron los de La Ventana del Puerto que, con un acierto muy de aplaudir, eliminaron lo anterior, lo del Puerto, y se echaron en brazos de Jandilla o de Aldeanueva o lo que sea, que me da lo mismo, y como es suyo por mi parte como si les echan al charolés. Y lo único que se pide es que no traigan más estas bazofias, que las dejen por Salamanca o que las vendan para los pueblos, para las calles, para los encierros por el campo, que los vendan a entradores de carne para transformarlos en derivados cárnicos sin necesidad de tener que pasar el trámite de que vengan a Las Ventas, que no es tan difícil, digo yo, decir que esta ganadería se deja en el refrigerador tres o treinta y tres años, a ver si nos olvidamos un poco de ella. Al pobre de San Lorenzo lo asaron unos malhadados en una parrilla y los ganados de El Puerto de San Lorenzo no merecen menos que el Santo cuyo nombre ostentan: unas buenas brasas, donde echar las carnes, unas botellas de Rioja y una ensalá, y eso bien lejos de Las Ventas.
Habrá quien quiera salvar los muebles del ganado tratando de dar la bula al memo de Garabito I, corrido en tercer lugar, toro corretón e imbécil de estos que ahora gustan, pero Garabito I era tan eme y lo que sigue como sus cinco compinches, que se dice pronto estar cuatro años echando de comer y desparasitando a esos seis puntos filipinos, que si los ganaderos tuvieran una mínima conciencia, mañana mismo, sin perder más tiempo, ya estaban las madres camino del matadero de Asocarsa al lado de Salamanca, a darles boleto. Siempre quieren salvar esta ganadería con los toros corretones. El año pasado hubo dos bobos de estos muleteros y este año el Garabito. Quien se conforme con eso, ya le vale.
La verdad es que si ahora mismo, recién salidos de la inmundicia lisarnasia del Puerto de San Lorenzo, incluido el corretón, echamos la vista un poco atrás y recordamos la tríada de Albaserrada, la de Escolar, la de Victorino, la de Adolfo, es como si viésemos auténticos monumentos al toro de lidia, cada cual en su estilo, y aunque la banda luego vaya y se ponga tiquismiquis con que si Adolfo tal, con que si Victorino cual, el hecho es que la inteligencia, la imprevisibilidad, la incertidumbre, el interés de aquellos dieciocho toros, la cantidad de matices que contenían representan de manera muy adecuada lo que se espera como mínimo en algo que se publicita como “corrida de toros”, porque lo que hoy hemos visto debería haber sido anunciado como “exhibición pecuaria de bueyes de carreta”, para que nadie se llamase a engaño sobre lo que vendría. Y como testimonio de cargo ahí quedan tantas pruebas como se quieran aportar a la causa: el descaste, el embestir a cabezazos, el huir de la suerte, la mansedumbre de vaca lechera, el ir a morir tres de seis en chiqueros, la blandura, la inexistencia del tercio de varas, plenamente innecesario, el acometer al paso, el rajarse, el derrote, la actitud de morueco más que de toro. Eso en lo del interior, y en lo del exterior, lo observable, las pintas de las prendas desde el barril con patas del que hablábamos más arriba hasta el gayumbo de tiros largos, el de la jorobita, mejor que morrillo, con la divisa en el medio de la jorobita, que parecía un floripondio, el alargado, el bizco y el acapachado, como quien dice Los Borrachos de Velázquez a lo vivo.
Antonio Ferrera, Miguel Ángel Perera y López Simón fueron los tres toreros a los que engañaron para anunciarse con la gayumbada lisarnasia.
Ni qué decir tiene que el mayor interés de la tarde venía de la mano de Antonio Ferrera, que sin duda tiró de la taquilla a raíz de su pasada actuación del primero de junio. La incógnita que se ventilaba y que ha quedado en el aire hasta mañana es si Ferrera puede crear estilo sobre esos modos tan arrebatados, tan de inspiración, que mostró el pasado día. La hipótesis de uno es que no, que esas cosas tan personales, tan intensas, no son para todos los días, que a diario se vive con el toreo de diario hasta que, de pronto, sale la chispa, el relámpago, pero que vivir a base de relámpagos y chispazos el único que conocemos que lo haya hecho es Electro, uno de los enemigos menos importantes de Spiderman. No hubo forma de ver nada mínimamente, más bien el cortocircuito, pues la condición de los lisarnasios que sorteó no era proclive a nada, ni al arrebato ni al pase vulgar. En su primero, que hacía bueno el dicho de que el que bruto entra, bruto se ausenta, anduvo por allí y punto. A la ternera mansa y negra que le tocó en segundo lugar anduvo persiguiéndola a ver por dónde, tras irse a iniciar su faena al tercio del 6 donde más aire andaba, y pareció que a base de oficio iba a medio meterla en el capacho, dejando una buena serie de naturales dada casi en el límite de lo admisible en cuanto a colocación, en la que todo el mérito pertenece a Ferrera, pero el animalejo ya dijo con su mirada que “una y no más, Santo Tomás” y volvió grupas hacia los chiqueros, donde presentía que se hallaba la libertad. A este tercero le había hecho un quite para sacarle del caballo a base de una gaonera, un farol, otra gaonera, otro farol y el remate de una larga, de mucho sabor y torería.
Perera estuvo enfangado con las condiciones deleznables de su lote. Yo no es que crea actualmente mucho en las condiciones de sorprender de Perera, cuya involución como torero es más que patente en los últimos dos lustros, pero de su nada del día de hoy no se puede crear un pliego de cargos contra el de la Puebla del Prior, puesto que las dos bostas ganaderas que le echaron no dieron ni opción. El primero se ha borrado de la mente y del segundo sólo se recuerda su constante resolución en huir y un susto que le metió al matador. Ya puede mandarle Perera un jamón de esos exquisitos que hacen en Monesterio al señor Fraile en agradecimiento por lo buenos que son los toros que cría.
Y López Simón, que en el marasmo de la tarde se dedicó a hacer su mejor faena al público, a esas gentes ansiosas de decir que han visto algo y que jalean lo malo y lo peor como si de oro molido se tratase. Tuvo la fortuna de encontrarse con el único que se movió y se dedicó a tundirle a mantazos por las afueras, a declamar una Ilíada de ventajas, y como el bicharraco iba y venía más o menos y él conseguía empalmar los muletazos, pues ya la tenemos liada y los ¡bieeen! iban manando como jaculatorias. La verdad es que no es posible reseñar algo de su labor en la que también se echó por la senda espaldar, que tan en boga ha puesto Roca de Lima a condición de que el toro no sea de Adolfo Martín, así que tras las series que enhebró con la derecha, que es la parte más mollar de su trabajo, por las afueras, ayunas de encaje, de hondura o de torería, de figura tan forzada, se vio que la única manera de levantar la faena era recurriendo a la peste de las bernardas, que este año están funcionando la mar de bien como motor orejil, y ahí sufrió una fuerte voltereta que le deparó la más sincera ovación de la tarde, y otra cuando volvió al toro a darle otra ración de lo mismo. En ese momento, atendiendo al dicho que reza: “faena con revolcón, oreja al esportón”, la peluda estaba en su bolsillo, pero se atoró en la cosa de la espada, donde planteó la suerte suprema de la misma forma que Gonzalo Caballero el día de su cogida: cita al toro y en el embroque tira la muleta al suelo, intenta clavar y se encuna. Esto lo hizo dos veces y luego ya lo hizo normal, el volapié de cada día. En su segundo la venganza de los Puerto de San Lorenzo se hizo de nuevo patente y López Simón ante los derrotes aviesos y las malas trazas del asqueroso morueco, puso punto final a su actuación y a la corrida sin que la cosa de la espada le fuese propicia, pero no reseñaremos sus cuitas con el acero, que hoy no es necesario.
Hoy, nuevo ridículo de los benhures de la mula con el tiro a toda carrera sin haber conseguido sujetar la honda al aro: las mulas piafando como pura sangres y el toro ahí tumbado. ¿Cómo es que, de pronto, los mulilleros lo hacen tan mal?
Otra cosa es lo de los monos: hoy contamos catorce monosabios de servicio con sus camisillas encarnadas. Catorce, que se dice pronto.
Andrew Moore
Antonio Ferrera, de azul marino y oro
Pinchazo, estocada y descabello (silencio)
Estocada baja (silencio)
Ni qué decir tiene que el mayor interés de la tarde venía
de la mano de Antonio Ferrera
que sin duda tiró de la taquilla a raíz de su pasada actuación
del primero de junio
la incógnita que se ventilaba y que ha quedado en el aire
hasta mañana es si Ferrera puede crear estilo sobre esos modos
tan arrebatados, tan de inspiración, que mostró el pasado día
la hipótesis de uno es que no, que esas cosas tan personales,
tan intensas, no son para todos los días
Miguel Ángel Perera, de blanco y oro
Media estocada (silencio)
Estocada perpendicular y cuatro descabellos (silencio)
Perera estuvo enfangado con las condiciones deleznables
de su lote
Alberto López Simón, de mercurio y oro
Cuatro pinchazos y descabello (aviso, saludos)
Estocada y seis descabellos (silencio)
se echó por la senda espaldar, que tan en boga ha puesto
Roca de Lima a condición de que el toro no sea de Adolfo Martín
la única manera de levantar la faena era recurriendo
a la peste de las bernardas, que este año están funcionando
la mar de bien como motor orejil
y ahí sufrió una fuerte voltereta que le deparó
la más sincera ovación de la tarde, y otra cuando
volvió al toro a darle otra ración de lo mismo
Banderilla en el morcillo
Sánchez sentando plaza de funcionario
Ni para Guernica