Crónica de José Ramón Márquez
Fotos de Andrew Moore
Miro a Beato y pienso que es el toro de mis sueños
Victoriano del Río
José Ramón Márquez
Para todo en esta vida hay que tener suerte. Para ser toro, por ejemplo. Hay que ver lo importante que resulta que el día en que el animal va a entregar su vida se encuentre enfrente a alguien que sea capaz de hacerle las cosas adecuadas, las que resaltarán sus virtudes, porque es incontable la cantidad de veces que vemos cómo los pobres toros se van al desolladero sin que lo que albergaban en su interior, fruto de tantos cuidados ganaderos, haya sido aprovechado mínimamente por el matador encargado de despacharle, y eso cuando el coleta no se ha dedicado con ahínco a tapar sus virtudes y a ningunearle. Y para ser torero, pues también hay que tener suerte, la suerte de que le salga el toro que le conviene, en el momento que le conviene, lo cual no quiere decir que le salga el toro de carretón, que a lo mejor la fortuna se puede encontrar emboscada en un malaje mansurrón que lo único que quiere es coger; aunque la mayoría se la pasan piando porque les salga un toro y el día que les sale no es precisamente el día en que estaban despejados de la mente como para hacer lo que correspondía. Y para ser público, pues también es de gran importancia la suerte, y no me refiero a estos que más o menos nos vemos todas las tardes, sino al que viene un día como podía haber ido a pasear al Retiro y de pronto se le manifiesta el toreo en toda su grandeza. Pongamos, por ejemplo, a alguien que haya venido hoy a Las Ventas al reclamo de Andrés Roca Rey, que es el que tenía el nombre en el cartel como para llamar la atención, y de pronto se encuentre con que uno que se llama Paco Ureña, del que lo mismo ni había oído hablar, va y la lía. Pues lo mismo habrá habido hoy alguno de los que vinieron a la Plaza por Roca al que Paco Ureña le haya metido el veneno de la afición tras verle torear esta tarde.
Esta tarde, acabada ayer la Feria, se había programado la Corrida de Toros de la Cultura, aquél invento que se creó para que viniese José Tomás a Madrid a despecho de sus caprichos, y que se ha ido manteniendo de manera perfectamente injustificada. Y la Cultura que nos imaginábamos, a la vista de quien le daba tirón popular al cartel, era la cultura pop de Andy Warhol, o acaso el ready-made de Duchamp -no me resisto, y pido disculpas por ello, a dejar esbozado aquí el chiste facilón entre la Fountain (1917) de Duchamp y el apellido del torero-, sustanciada en la facilidad y la ligereza de la propuesta estética de Andrés Roca; y volviendo a Duchamp, según quien “arte es aquello a lo que se denomina arte”, nos vemos obligados a tener que aceptar como arte incluso esa especie de expresionismo abstracto que hace Julián de San Blas por esas Plazas de Dios.
Lo que no nos podíamos esperar es que esta tarde, frente a la impersonalidad superficial del toreo moderno, por más que se camufle tras una solvencia técnica apabullante, fuese a surgir desde el abismo la honda e imperfecta tauromaquia que abreva en las puras fuentes del toreo más académico, para poner frente a frente, de manera descarnada, la imperecedera porfía entre el clasicismo y la modernidad. Ahí, en ese contrapunteo, es donde cobra aún más importancia lo acaecido hoy en Las Ventas, porque la dimensión de la labor de Paco Ureña en esta tarde está mucho más allá de las circunstancias personales de un hombre que ha sido golpeado violentamente y que, bajo su responsabilidad, resuelve salir de la enfermería a rematar los términos de su contrato, está más allá de los dimes y diretes de las figuras, de los líos de las cabezas de cartel, de los que mueven la taquilla, de todos esos aspectos mercantiles perfectamente innecesarios para el aficionado, porque lo que Ureña puso de una manera descarnada sobre la arena de Las Ventas no es otra cosa que la dialéctica entre lo que la moderna y poco exigente sensibilidad viene aceptando como bueno y lo que, objetivamente, es lo óptimo, lo que se fundamenta en el canon imperecedero, en ese orden dórico cuyos principios son parar, templar, cargar la suerte y mandar.
Se corrió turno para que Padrós pudiese acabar de componer las magulladuras del fuerte trompazo que Paco Ureña había recibido en su primero, por lo que Roca Rey se hizo cargo del sexto de la tarde en quinto lugar. Al doblar el toro salió Ureña de la enfermería y recorrió entre ovaciones el callejón, grana y oro y manchas de sangre, hacia el burladero de capotes a esperar la salida de Empanado, número 62. Recibió al toro, bajo y sin remate como toda la corrida, con unas verónicas a más, algunas por el izquierdo de mucho cuajo. Subido a un caballo tordo espera Pedro Iturralde la ocasión de ponerse a trabajar. En la primera vara cita al toro que se arranca con alegría y el jinete agarra un buen puyazo, en el que mide el castigo. La segunda vara se produce de manera bien distinta, Ureña deja al toro mal colocado y este ataca al caballo desde la salida del capote, sin que se llegue a hacer la suerte; en este segundo encuentro no se le pica, prácticamente. En banderillas es pronto y franco y permite a Curro Vivas dejar un excelente par. El toro está en el burladero del 6, Ureña agarra los trastos y se va en dirección a él. En el 7 cita al toro que se arranca con prontitud y ahí dicta Ureña su monumental inicio de faena: cuatro ayudados por alto sin enmendarse y después adelanta la pierna contraria para rematar con uno del desprecio y a continuación una trincherilla, otro del desprecio mirando al tendido y un pase de pecho sacándose el toro entero hasta la hombrera. Pura torería. No es posible estar mejor. La Plaza entera en pie ovaciona al torero. Continúa su trabajo en una buena serie a derechas y luego en otra de menor intensidad en la que el toro pierde las manos. Se pasa la muleta a la izquierda y, en medio de la serie, aguanta un parón con entereza, luego tira del toro con poder, la faena va a más y Ureña se regodea en los remates torerísimos. Después viene otra serie al natural en la que vuelve a tragar quedándose firme y aguantando ante otro parón del toro, toreo encajado, hacia adelante, toreo vertical buscando siempre la colocación, la posición, lo que todos los días nos repiten los cansinos que no se puede ni se debe hacer, Ureña lo hace para desenmascarar a tanto mercachifle. Y, por supuesto, con imperfecciones, con algún enganchón, pero con una unidad aplastante de faena maciza sin tiempos muertos salvo el largo paseo a por la espada. Faena breve y medida que se prolonga, ya con el acero en la mano, para proseguir nuevamente por naturales, esta vez trazados más en redondo, de gran encaje y autenticidad. No hace falta ya nada más y ya ha llegado el momento en que se debe poner fin a la obra. Frente al 7 se perfila para entrar a matar en la suerte natural y se tira tras de la espada cobrando una estocada entera y contraria. El toro tarda en doblar, pero imaginamos que Ureña no quiere arriesgarse a fallar con el verduguillo y que se le esfume el triunfo. Al rato el toro se echa y se le piden con mucha fuerza los apéndices. La faena estuvo señalada en un par de ocasiones por los gritos de ¡Torero!, coreados por las gentes. Ureña ha sido capaz de hacer entrar a todo el mundo en su faena y ha demostrado, una vez más, que no es necesario estar tundiendo a trapazos a un toro hasta que suene el aviso, que una óptima faena puede estar perfectamente basada en dos series con la derecha y tres con la izquierda, y se le puede censurar el hecho de que no portase el estoque desde el principio, porque el único momento en que la obra se le deslavaza. ¡Qué bueno hubiese sido si desde el principio Ureña hubiese portado el estoque y no el simulacro, y se hubiera evitado ese innecesario y antiestético paseo hacia las tablas y esa interrupción en el perfecto ensamblaje de la faena!
Hubo insensatos que pedían la vuelta al ruedo para el toro.
El resto de la tarde apenas ya cuenta. Abrió Plaza Sebastián Castella, de catafalco y oro. Echemos un telón de retor moreno sobre su labor.
Roca Rey no anduvo fino. El ganado no tenía las condiciones bobísimas necesarias y eso le descompuso bastante. Recordemos que el propio José Tomás le puso la proa a la ganadería de Victoriano del Río porque no se le garantizaba la exquisita imbecilidad de los productos que él demanda. Hoy aquí se vio claramente que la tauromaquia de Roca está orientada a hacer lo suyo siempre que el toro haga también lo suyo, que él desplegará toda su panoplia cuando el toro ayude, pero que no está en el lío de tener que pensar en el toro, en su cambiante humor, ni mucho menos en sus complicaciones. En cierto modo a uno, como aficionado, le da algo de pena que las innatas condiciones de Roca Rey se estén aplicando para recorrer el camino fácil de la ventaja y de la mixtificación. Pudiendo dedicarse a la ópera, se conforma con la opereta vienesa. Nadie duda que mandará en el toreo, pero hace muchísimo tiempo ya que los que mandan suelen ser los que menos nos interesan.
Hoy, 15 de junio de 2019, Corrida de la Cultura, Paco Ureña ha empatado a Puertas Grandes de Madrid con Julián López, figura de época.
Andrew Moore
Paco Ureña, de grana y oro
Pinchazo y estocada (petición y vuelta). Pasa a la enfermería.
Estocada (dos orejas y salida en hombros)
lo que no nos podíamos esperar es que esta tarde,
frente a la
impersonalidad superficial del toreo moderno,
por más que se camufle
tras una solvencia técnica apabullante,
fuese a surgir desde el abismo
la honda e imperfecta tauromaquia
que abreva en las puras fuentes del
toreo más académico,
para poner frente a frente, de manera descarnada,
la imperecedera porfía entre el clasicismo y la modernidad
lo que Ureña puso de una manera descarnada sobre la arena
de Las Ventas
no es otra cosa que la dialéctica entre lo que
la moderna y poco
exigente sensibilidad viene aceptando
como bueno y lo que,
objetivamente, es lo óptimo,
lo que se fundamenta en el canon
imperecedero,
en ese orden dórico cuyos principios son parar, templar,
cargar la suerte y mandar
Sebastián Castella, de negro y oro
Pinchazo, estocada trasera y descabello (aviso, silencio)
Media caída (pitos)
Roca Rey, de azul marino y oro
Pinchazo y estocada caída (aviso, silencio)
Dos pinchazos y estocada (silencio)
hoy aquí se vio claramente que la tauromaquia
de Roca está orientada a
hacer lo suyo siempre que el toro
haga también lo suyo, que él
desplegará toda su panoplia cuando
el toro ayude, pero que no está en el
lío de tener que pensar
en el toro, en su cambiante humor, ni mucho
menos
en sus complicaciones
pudiendo dedicarse a la ópera, se conforma con la
opereta vienesa. Nadie duda que mandará en el toreo,
pero hace muchísimo tiempo ya que los que mandan
suelen ser los que menos nos interesan