Crónica de José Ramón Márquez
Fotos de Andrew Moore
Santa Coloma gusta porque transmite emoción.
He ido mucho a Las Ventas.
Fernándo Álvarez
José Ramón Márquez
Esto se acaba. Ya se ve el final de esta Feria en la que tantas cosas han pasado, a la que después de los Valdellán de hoy tan sólo le quedan dos corridas, la de Cuadri y el extravagante final de Fuente Ymbro en el día y hora en que tendrían que haber puesto a Miura, para acabar bien a lo grande.
Hoy correspondía el protagonismo de la tarde a los de Valdellán, que venían a tomar antigüedad a los madriles, aunque la ficha ésa del programa les otorga una antigüedad de 11 de agosto de 2000, pero hay que hacerle a Plaza 1 la pequeña objeción de que ese día 11 no hubo toros en Las Ventas, el 12 hubo el espectáculo del bombero torero con la lidia de dos becerros de ignota ganadería y el domingo 13 una de rejones con ganado de Arcadio Albarrán y Alcurrucén, o sea que lo mismo hubo el viernes un festejo fantasma a puerta cerrada, sin publicidad, del que sólo se enteró el que hace el programa de Las Ventas, aunque lo mismo tampoco lo hubo. Lo que te deja amoscado es que ahora, a la vista de estos “invent” del programa, a ver quién se va a creer eso que ponen de que “este encaste conserva la cualidad de ir a más”, ese reiterativo mantra que llevan repitiendo desde hace años cada vez que se programa una corrida de la cosa juampedresca, que eso de comprobar que llevan años y años engañándonos sí que sería grave.
Valdellán se viene a Madrid avalada por el triunfo de uno de sus pupilos en los desafíos ganaderos del año pasado. Yo no lo vi, porque aun teniendo la entrada comprada opté por quedarme sesteando, y Dios castigó mi pereza poniendo en el ruedo de Las Ventas uno de los toros más sobresalientes de la temporada 2018, al decir de los que lo vieron. La presentación real de Valdellán en la Monumental a efectos de antigüedad en el día de hoy suscitó un explicable interés por parte de la afición y un patentísimo desinterés por parte del público en general, que prefirió irse a otros quehaceres mejor que tirar para Ventas. La verdad es que la entrada de hoy supera en pobreza a la del día de ayer, probablemente al no haber nada en el cartel que llamase un poco la atención de los legos. Y si el año pasado la cosa fue de perlas sobre el número 3 para los Valdellán ¿por qué cambiar? así que los propios Valdellán se prepararon su propio desafío ganadero trayendo tres que acaso serían de lo que venga de Pilar Población y otros tres que serían de lo del Hoyo de la Gitana, digo yo, porque no se parecían entre ellos ni en lo negro de los ojos y encima ni los juntaron, que en el apartado ya los tenían muy bien separados en distintos corrales: por un lado el que salió en primer lugar, Hechicero, el segundo, Bilbaino y el sexto, Montañés, números 22, 16 y 35, y por otro el tercero, Carasucia, el cuarto, Extremeño y el quinto, Matalhombro, números 14, 25 y 3. Los tres primeros de la lista, cuatreños, y los tres segundos cinqueños.
Los cinqueños son los que, sin lugar a dudas han defendido con dignidad el honor de la divisa, porque cuando salió el primero y vimos sus trazas, sus modos, su poco celo con el caballo y su manera de empujar con un pitón nos entró el frío en el cuerpo, y cuando apareció el segundo, también negro, tasadito de fuerzas y más feo que Picio, la cosa ya era de tembleque de la heladera que teníamos. Por fortuna ahí estaba Carasucia, que iluminó el ruedo desde el momento de su salida, con su armoniosa presencia, con la frescura de su embestida, y aunque gazapeaba algo y eso hizo que se fuese al caballo guateado de Francisco Navarrete sin que se verificase el cite de una manera canónica, lo cierto es que se echó al penco como un león y empujó con fuerza y fijeza y además levantando la cola, que era como la catenaria de un tranvía. La segunda entrada al arre también fue al paso, pero en esta ocasión se dejó pegar y se fue suelto. En ambos puyazos Francisco Navarrete trabajó con mesura midiendo bien el castigo, especialmente en la segunda vara en la que prácticamente no picó. Luego, en banderillas, el toro puso en apuros a Jesús Alonso a quien hizo salir de la Plaza tomando el olivo, por los pelos, sobre la puerta del 7. En la muleta es un poco tardo, pero una vez que se arranca embiste con un son lleno de viveza y se quiere comer la muleta, codicioso, yendo a más y dando la sensación de que no se puede dar nada por hecho. El toro es tan vivo que se distrae con el sonido de los clarines y mira en dirección a ellos cuando suenan. Es Carasucia un toro de muchísimo interés, sin lugar a dudas el toro de la Feria, pero no es toro de vuelta al ruedo como algunos pretendían, acaso fijándose más en su comportamiento respecto del último tercio y dejando de lado el primero, que es el capital en cuanto a la bravura. El toro se fue al desolladero acompañado por una fuerte, sincera y merecidísima ovación. El cuarto, otro cárdeno encastado, tenía muchas teclas que tocar, y pedía un torero de los que yo creo que ya no hay para darle la dosis de muleta que demandaba su correosa embestida, un toro para Ruiz Miguel o para Manili. El quinto, de impresionante presencia, perdió las manos y eso hizo acaso que no se le quisiera poner al caballo una tercera vez, que habría ido sin duda. La segunda vara la había tomado de largo sin gran codicia en la embestida; en banderillas se puso exquisito y no dio facilidades al peonaje de los rehiletes, aunque Chacón estuvo labrándole con pericia, y en la muleta sacó casta y las dificultades que deben sacar los toros para que lo que se les haga cobre importancia. Pasados estos tres llegó el sexto, Montañés, que es el que completaba la tríada mala, la de los cuatreños, al que pusieron de largo al caballo y acudió como el quiere calmar algo el hambre y no hay otro sitio donde acudir que a un puesto de lahmacun. Por lo menos nos dejó ver lo buen jinete que es Adrián Navarrete, y luego, en banderillas, la torería de Raúl Cervantes.
La terna que se apuntó, o que apuntaron, para echar la tarde con los Valdellán, estaba formada por Fernando Robleño, de sangre de toro y azabache; Iván Vicente, de grana, y Cristian Escribano, de azul turquesa.
Ya hemos comentado alguna vez el misterio de Fernando Robleño, lo del abismo entre lo de las faenas que lees que hace en Francia, de los triunfos que va cosechando en la Galia, y luego viene a Madrid y todo se le vuelve un no dar pie con bola. Como no le vi con el Valdellán del año 18 me abstengo de opinar, pues tengo por costumbre sólo hablar de lo que veo en la Plaza, pero creo que hay que ser muy robleñista para salir contento con la actuación del veterano torero en el dueto Valdellán-Robleño 2019. En el primero, de condición mansurrona, anduvo conteniendo la huidiza condición del animal, en una pura labor de oficio. En su segundo la cosa ya era distinta, porque el toro era un enigma a desentrañar, un enigma de casta, de intención, y ahí tenemos aún muy fresco el reciente aldabonazo de Román por no dejarse ganar la partida por el Ibán como para dar por bueno lo de hoy de Robleño, donde pone su aseado y contrastado oficio al servicio de un trasteo cuya finalidad no es tanto torear al toro, sino más bien al tendido. Y el resultado de la ecuación es que el toro se le va subiendo a las barbas al torero, después de comprobar que donde se precisaba firmeza y arrestos lo que asoma es descoloque, muchas carreras y trapazos. Cuando le clava el estoque soltando la muleta era impresionante ver al toro encelado con el trapo encarnado tirándole derrotes en el suelo sin atender a los capotes.
Iván Vicente sorteó en primer lugar a Bilbaíno, que no debía ser del mismo Bilbao, vistas sus trazas. Cuando está poniendo al caballo al toro, éste le quita el capote y con la tela cubriéndole la cabeza se abalanza hacia el peto y ahí se produce el milagro: el toro cegado entra al caballo perfectamente y el picador, Héctor Vicente, con sus dos ojos bien abiertos, cobra un marronazo. En la cosa de la muleta el toro era soso, incierto y gazapón, lo mismo que su matador. El cuarto ya era otra cosa, lo primero por su presencia, que Matalhombro era un tío, pero un tío exigente al que no le valían los preceptos neotaurinos de andar por las afueras y que el toro lo haga todo él solo, porque demandaba colocación y a cambio presentaba su mejor carta credencial: su capacidad de humillar. He ahí un toro para poner en circulación a un torero, para crearle un ambiente, un toro para arriesgarse y demostrar la ambición que debe demostrar un hombre que se viene a San Isidro sin apoderado.
Cristian Escribano tuvo la mala fortuna de que se cruzase Carasucia en su camino. Como se indicó antes, el toro es algo tardo en arrancarse, acaso porque el matador no acaba de buscar la posición cruzada que el animal demanda, pero una vez que el toro se pone en movimiento, no para. Y cada vez que su hermosa, vibrante, encastada embestida es malinterpretada por Escribano eso son paletadas de tierra que él mismo se va echando encima. Al toro hay que dominarle, cosa que no se le hace, y a cambio se produce una sucesión de telonazos aprovechando la inercia del animal, sin mandar en él, sin templar la velocidad del toro. Tres intentos toricidas rematan la faena de Escribano y el toro toma dirección primero hacia el tercio y después hacia los medios, donde dobla. Podemos decir que ha sido otro de esos toros con mala suerte. Cómo sería la cosa que el propietario de Garcigrande abandona su burladero de callejón al doblar el toro, acaso espantado ante tal demostración de casta y bravura, que a él le debe resultar insoportable de contemplar. Con el sexto, toro bastante tontorrón, Escribano se toma sus precauciones, pero a esas alturas eso ya no era importante, porque la procesión debía ir por dentro.
Hoy, nuevamente, los benhures de la mula han vuelto a demostrar su intolerable impericia cuando han vuelto a echar a correr sin que el toro segundo estuviese enganchado, y eso que han puesto un aro de baloncesto soldado a la bolea. Pues ni por esas.
Fe de erratas: En un amable almuerzo con mi amigo el empresario J.C., que tiene algún negocio con don Fidel San Román, éste me indica que el ganadero de El Ventorrillo ya no es propietario del campo de golf que se le achacaba en la reseña del día de ayer.
Hoy correspondía el protagonismo de la tarde a los de Valdellán, que venían a tomar antigüedad a los madriles, aunque la ficha ésa del programa les otorga una antigüedad de 11 de agosto de 2000, pero hay que hacerle a Plaza 1 la pequeña objeción de que ese día 11 no hubo toros en Las Ventas, el 12 hubo el espectáculo del bombero torero con la lidia de dos becerros de ignota ganadería y el domingo 13 una de rejones con ganado de Arcadio Albarrán y Alcurrucén, o sea que lo mismo hubo el viernes un festejo fantasma a puerta cerrada, sin publicidad, del que sólo se enteró el que hace el programa de Las Ventas, aunque lo mismo tampoco lo hubo. Lo que te deja amoscado es que ahora, a la vista de estos “invent” del programa, a ver quién se va a creer eso que ponen de que “este encaste conserva la cualidad de ir a más”, ese reiterativo mantra que llevan repitiendo desde hace años cada vez que se programa una corrida de la cosa juampedresca, que eso de comprobar que llevan años y años engañándonos sí que sería grave.
Valdellán se viene a Madrid avalada por el triunfo de uno de sus pupilos en los desafíos ganaderos del año pasado. Yo no lo vi, porque aun teniendo la entrada comprada opté por quedarme sesteando, y Dios castigó mi pereza poniendo en el ruedo de Las Ventas uno de los toros más sobresalientes de la temporada 2018, al decir de los que lo vieron. La presentación real de Valdellán en la Monumental a efectos de antigüedad en el día de hoy suscitó un explicable interés por parte de la afición y un patentísimo desinterés por parte del público en general, que prefirió irse a otros quehaceres mejor que tirar para Ventas. La verdad es que la entrada de hoy supera en pobreza a la del día de ayer, probablemente al no haber nada en el cartel que llamase un poco la atención de los legos. Y si el año pasado la cosa fue de perlas sobre el número 3 para los Valdellán ¿por qué cambiar? así que los propios Valdellán se prepararon su propio desafío ganadero trayendo tres que acaso serían de lo que venga de Pilar Población y otros tres que serían de lo del Hoyo de la Gitana, digo yo, porque no se parecían entre ellos ni en lo negro de los ojos y encima ni los juntaron, que en el apartado ya los tenían muy bien separados en distintos corrales: por un lado el que salió en primer lugar, Hechicero, el segundo, Bilbaino y el sexto, Montañés, números 22, 16 y 35, y por otro el tercero, Carasucia, el cuarto, Extremeño y el quinto, Matalhombro, números 14, 25 y 3. Los tres primeros de la lista, cuatreños, y los tres segundos cinqueños.
Los cinqueños son los que, sin lugar a dudas han defendido con dignidad el honor de la divisa, porque cuando salió el primero y vimos sus trazas, sus modos, su poco celo con el caballo y su manera de empujar con un pitón nos entró el frío en el cuerpo, y cuando apareció el segundo, también negro, tasadito de fuerzas y más feo que Picio, la cosa ya era de tembleque de la heladera que teníamos. Por fortuna ahí estaba Carasucia, que iluminó el ruedo desde el momento de su salida, con su armoniosa presencia, con la frescura de su embestida, y aunque gazapeaba algo y eso hizo que se fuese al caballo guateado de Francisco Navarrete sin que se verificase el cite de una manera canónica, lo cierto es que se echó al penco como un león y empujó con fuerza y fijeza y además levantando la cola, que era como la catenaria de un tranvía. La segunda entrada al arre también fue al paso, pero en esta ocasión se dejó pegar y se fue suelto. En ambos puyazos Francisco Navarrete trabajó con mesura midiendo bien el castigo, especialmente en la segunda vara en la que prácticamente no picó. Luego, en banderillas, el toro puso en apuros a Jesús Alonso a quien hizo salir de la Plaza tomando el olivo, por los pelos, sobre la puerta del 7. En la muleta es un poco tardo, pero una vez que se arranca embiste con un son lleno de viveza y se quiere comer la muleta, codicioso, yendo a más y dando la sensación de que no se puede dar nada por hecho. El toro es tan vivo que se distrae con el sonido de los clarines y mira en dirección a ellos cuando suenan. Es Carasucia un toro de muchísimo interés, sin lugar a dudas el toro de la Feria, pero no es toro de vuelta al ruedo como algunos pretendían, acaso fijándose más en su comportamiento respecto del último tercio y dejando de lado el primero, que es el capital en cuanto a la bravura. El toro se fue al desolladero acompañado por una fuerte, sincera y merecidísima ovación. El cuarto, otro cárdeno encastado, tenía muchas teclas que tocar, y pedía un torero de los que yo creo que ya no hay para darle la dosis de muleta que demandaba su correosa embestida, un toro para Ruiz Miguel o para Manili. El quinto, de impresionante presencia, perdió las manos y eso hizo acaso que no se le quisiera poner al caballo una tercera vez, que habría ido sin duda. La segunda vara la había tomado de largo sin gran codicia en la embestida; en banderillas se puso exquisito y no dio facilidades al peonaje de los rehiletes, aunque Chacón estuvo labrándole con pericia, y en la muleta sacó casta y las dificultades que deben sacar los toros para que lo que se les haga cobre importancia. Pasados estos tres llegó el sexto, Montañés, que es el que completaba la tríada mala, la de los cuatreños, al que pusieron de largo al caballo y acudió como el quiere calmar algo el hambre y no hay otro sitio donde acudir que a un puesto de lahmacun. Por lo menos nos dejó ver lo buen jinete que es Adrián Navarrete, y luego, en banderillas, la torería de Raúl Cervantes.
La terna que se apuntó, o que apuntaron, para echar la tarde con los Valdellán, estaba formada por Fernando Robleño, de sangre de toro y azabache; Iván Vicente, de grana, y Cristian Escribano, de azul turquesa.
Ya hemos comentado alguna vez el misterio de Fernando Robleño, lo del abismo entre lo de las faenas que lees que hace en Francia, de los triunfos que va cosechando en la Galia, y luego viene a Madrid y todo se le vuelve un no dar pie con bola. Como no le vi con el Valdellán del año 18 me abstengo de opinar, pues tengo por costumbre sólo hablar de lo que veo en la Plaza, pero creo que hay que ser muy robleñista para salir contento con la actuación del veterano torero en el dueto Valdellán-Robleño 2019. En el primero, de condición mansurrona, anduvo conteniendo la huidiza condición del animal, en una pura labor de oficio. En su segundo la cosa ya era distinta, porque el toro era un enigma a desentrañar, un enigma de casta, de intención, y ahí tenemos aún muy fresco el reciente aldabonazo de Román por no dejarse ganar la partida por el Ibán como para dar por bueno lo de hoy de Robleño, donde pone su aseado y contrastado oficio al servicio de un trasteo cuya finalidad no es tanto torear al toro, sino más bien al tendido. Y el resultado de la ecuación es que el toro se le va subiendo a las barbas al torero, después de comprobar que donde se precisaba firmeza y arrestos lo que asoma es descoloque, muchas carreras y trapazos. Cuando le clava el estoque soltando la muleta era impresionante ver al toro encelado con el trapo encarnado tirándole derrotes en el suelo sin atender a los capotes.
Iván Vicente sorteó en primer lugar a Bilbaíno, que no debía ser del mismo Bilbao, vistas sus trazas. Cuando está poniendo al caballo al toro, éste le quita el capote y con la tela cubriéndole la cabeza se abalanza hacia el peto y ahí se produce el milagro: el toro cegado entra al caballo perfectamente y el picador, Héctor Vicente, con sus dos ojos bien abiertos, cobra un marronazo. En la cosa de la muleta el toro era soso, incierto y gazapón, lo mismo que su matador. El cuarto ya era otra cosa, lo primero por su presencia, que Matalhombro era un tío, pero un tío exigente al que no le valían los preceptos neotaurinos de andar por las afueras y que el toro lo haga todo él solo, porque demandaba colocación y a cambio presentaba su mejor carta credencial: su capacidad de humillar. He ahí un toro para poner en circulación a un torero, para crearle un ambiente, un toro para arriesgarse y demostrar la ambición que debe demostrar un hombre que se viene a San Isidro sin apoderado.
Cristian Escribano tuvo la mala fortuna de que se cruzase Carasucia en su camino. Como se indicó antes, el toro es algo tardo en arrancarse, acaso porque el matador no acaba de buscar la posición cruzada que el animal demanda, pero una vez que el toro se pone en movimiento, no para. Y cada vez que su hermosa, vibrante, encastada embestida es malinterpretada por Escribano eso son paletadas de tierra que él mismo se va echando encima. Al toro hay que dominarle, cosa que no se le hace, y a cambio se produce una sucesión de telonazos aprovechando la inercia del animal, sin mandar en él, sin templar la velocidad del toro. Tres intentos toricidas rematan la faena de Escribano y el toro toma dirección primero hacia el tercio y después hacia los medios, donde dobla. Podemos decir que ha sido otro de esos toros con mala suerte. Cómo sería la cosa que el propietario de Garcigrande abandona su burladero de callejón al doblar el toro, acaso espantado ante tal demostración de casta y bravura, que a él le debe resultar insoportable de contemplar. Con el sexto, toro bastante tontorrón, Escribano se toma sus precauciones, pero a esas alturas eso ya no era importante, porque la procesión debía ir por dentro.
Hoy, nuevamente, los benhures de la mula han vuelto a demostrar su intolerable impericia cuando han vuelto a echar a correr sin que el toro segundo estuviese enganchado, y eso que han puesto un aro de baloncesto soldado a la bolea. Pues ni por esas.
Fe de erratas: En un amable almuerzo con mi amigo el empresario J.C., que tiene algún negocio con don Fidel San Román, éste me indica que el ganadero de El Ventorrillo ya no es propietario del campo de golf que se le achacaba en la reseña del día de ayer.
Andrew Moore
Patillas de Valdellán
¡El negro toro de España
libre al sol del redondel!
Que nada puede doblarlo,
que nadie puede matarlo,
porque toda España es él
libre al sol del redondel!
Que nada puede doblarlo,
que nadie puede matarlo,
porque toda España es él
Fernando Robleño, de sangre de toro y azabache
Estocada (palmas)
Estocada (saludos)
el misterio de Fernando Robleño, lo del abismo
entre lo de las faenas que lees que hace en Francia,
de los triunfos que va cosechando en la Galia,
y luego viene a Madrid y todo se le vuelve un no dar pie con bola
donde se precisaba firmeza y arrestos lo que asoma
es descoloque, muchas carreras y trapazos
es descoloque, muchas carreras y trapazos
hay que ser muy robleñista para salir contento
con la actuación del veterano torero en el dueto
Valdellán-Robleño 2019
con la actuación del veterano torero en el dueto
Valdellán-Robleño 2019
Iván Vicente, de coral y oro
Estocada (silencio)
Estocada (silencio)
he ahí un toro para poner en circulación a un torero,
para crearle un ambiente, un toro para arriesgarse y demostrar
la ambición que debe demostrar un hombre que se viene
a San Isidro sin apoderado
para crearle un ambiente, un toro para arriesgarse y demostrar
la ambición que debe demostrar un hombre que se viene
a San Isidro sin apoderado
Cristian Escribano, de azul turquesa y oro
Cuatro pinchazos y bajonazo (dos avisos, silencio)
Estocada (silencio)
Escribano tuvo la mala fortuna de que
se cruzase Carasucia en su camino
cómo sería la cosa que el propietario de Garcigrande
abandona su burladero de callejón al doblar el toro,
acaso espantado ante tal demostración de casta y bravura,
que a él le debe resultar insoportable de contemplar
Bulle la sangre, la montera en tierra,
y, ante otros miedos, tu valor entierra
pesada espada donde, hiriendo, escombra
Cuatro pinchazos y bajonazo (dos avisos, silencio)
Estocada (silencio)
Escribano tuvo la mala fortuna de que
se cruzase Carasucia en su camino
cómo sería la cosa que el propietario de Garcigrande
abandona su burladero de callejón al doblar el toro,
acaso espantado ante tal demostración de casta y bravura,
que a él le debe resultar insoportable de contemplar
y, ante otros miedos, tu valor entierra
pesada espada donde, hiriendo, escombra
Manda el tigre en la montaña...
...manda en la llanura el toro
Tu grandeza se aploma con sencillez de monte