El autor
La última sesión
Jean/Juan Palette-Cazajus
Cuando accedió al vértigo del coso de la Puerta de Alcalá, en 1840, Teófilo Gautier se mareó, abrumado por la luz, el gentío, el griterío, el aleteo febril de miles de abanicos.
Desde tiempo de los coliseos romanos, era el primer edificio público en alcanzar el inconcebible aforo de 12.000 espectadores. Ni soñar entonces con el hormigón pretensado, con el Bernabéu, el Nou Camp.
El público era virgen, se meaba desde la “azotea”, la andanada del 9 de entonces. Cualquier incidencia era novedad, cualquier ocurrencia apasionaba. No había fútbol, no había cine, no había tele, no había teléfonos “inteligentes”. ¿Se dan cuenta?
Los toros eran un espectáculo impresionante, impresionista. Inmediatamente intuitivo, razonablemente comprensible.
Espectaculares eran las corridas. No eran un espectáculo.
El espectáculo es entretenimiento. “Show” sentenciaron los yankis. El show es bueno cuando el número de ocurrencias es alto y baja la actividad neuronal del espectador.
En los toros la calidad del show es un concepto métrico. Se mide en hectómetros lineales de recorrido muleteril. Distancia dividida en unidades llamadas “tandas”, generalmente decenas, subdividida en unidades menores conocidas como “derechazos”, a ser posible “cienes”.
Hoy los tendidos son mayoritariamente precartesianos. No cuestionan la ilusión de los sentidos. No han leído al gabacho nefando. No querrán saber jamás que detrás de toda realidad visible trapacea el “genio maligno”. No han accedido a la “Res Cogitans”. Más que cualquier cosa en el mundo, odian la duda, la aterradora duda metódica, en origen ahogada en el plástico del cubata.
Tiempo ha murió allí la Fiesta Brava, fenecida en las
cabezas y en los corazones.
Desde que Belmonte invadiera el terreno del toro no se puede ir a la Plaza sin un tratado de geometría euclidiana y un ejemplar anotado de la Crítica de la Razón Pura.
Para su comprensión, el espectáculo requiere definitivamente intelección.
Pero Parménides sobrevive, allá arriba, en la andanada del 9. Allá arriba sobrevive el Ser.
Andanada pánica, andanada cínica, andanada estoica. Andanada peripatética, más veces perita que patética. Ultimo areópago. Postrer Ágora de los siete Sabios de Grecia. “Estoa” vociferante, raciocinante y moralizante.
Menos de 50.000 eran los ciudadanos atenienses de pleno derecho. Siguen iluminando el mundo. No más de 10 son los áticos del ático. Iluminan la Plaza. A veces la incendian; casi siempre la tienen muy quemada.
Allí los Toros son compromiso ético, tragedia personal, hado fatal que gravita sobre los destinos. Allí Esquilo, allí Sófocles. También, loado sea Zeus, la carcajada de Aristófanes.
Y sobre todo ello aletea Aletheia. Tras los olímpicos pares de Manuel Escribano, en el sexto y saturnal “Adolfo”, brotó la voz del profeta, la voz del Bautista, la voz homérica: “Esta es la Verdad.
Esta es la Verdad”.