Hughes
Abc
Gracias al ingenio incansable de mi admirado Montano, me fijo en esta foto y muy pronto mi mirada se queda prendida del ceño de Ángel Gabilondo. Sólo de mirarlo me da jaqueca. De tanto cogitar la metafísica, esas meninges se han hecho un frontispicio que es como un mirador de piedra al mar de lo ontológico. ¡Qué frontón nouménico!
En el pensar de Gabilondo, de pensar “cualquier cosa”, está metido ya el problema metafísico. Cualquier cosa es pensada como borde del ser. Ahí le vemos en un mitin de Pedro Sánchez y, sin embargo, ¡qué reconcentrada cavilación!
Es una máquina pensante que “paradoxalmente” tiene a la vez una perfecta cara de cerrazón, ¡la humildad de la cerrazón! No es un rostro preclaro, que desbroce el ser de sus ramillas como en un paseo, no, Gabilondo representa perfectamente ahí la humildad del pensante, la dificultad de todo pensamiento; se hace tipo humano perfecto, el pensador incomprensivo, humilde, titánico ante la pequeñez de nuestro intelecto. ¡Esa sombra de aplastamiento que se percibe en Gabilondo!
No hay ahí confianza en la inspiración, rendija posible al numen. Es un pensar vertical, de arriba a abajo, agrario, metalúrgico, de vigas, de sustentantes. Un método ingenieril, un puente sobre la idea. ¡Cuánto se aprende y qué humildad inspira sólo esa foto!
Frente al Pensieroso o frente al Pensador de Rodin, ligero uno y juguetón alrededor de la idea, concentrado sobre sí con esperanzas de resolución el otro, Gabilondo es el “pensieroso” español, el cogitador mecánico que adopta un aire terrible de sufrimiento (y también, por qué no decirlo, de cierto funesto encono). Es el pensador español, y, por español, trágico, nada grácil, nada lígero, huesudo, calcáreo. La representación de la hercúlea tarea de pensar con cerebelo hispánico.