Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Perseguido en España por la Academia y el Régimen Autonómico, el español ha ido a refugiarse en Guinea, cuyo dictador, Teodoro, ha sido invitado al Cervantes de Bruselas por Don Concha, el ex director de la Española, para conferenciar sobre lengua tan extraña.
Del drama lingüístico de España han alertado hasta los papanatas solemnes del “New York Times”, que denuncia nuestra chulería de mojar pan en el vermú: “Los españoles no saben idiomas y quieren irse fuera”.
Rajoy no sabe inglés, y en la cena de la cumbre euroafricana lo habían sentado al lado de Teodoro sólo porque “los dos hablan español”.
–La lengua es compañera del Imperio, y Guinea fue colonia española –se dirían los melones del protocolo europeo, mezclando sus datos de Wikipedia y algo de Nebrija que estudiarían en las oposiciones.
Rajoy, pues, sólo tenía dos posibilidades de escaqueo: ausentarse, que es lo que hizo, o aducir que su lengua nativa es el gallego, la que según Camba sólo sirve para moverse por el mercado, y que lo sentaran con Durao Barroso (Franco y Salazar usaban el gallego para sus cosas).
¡Y pensar que el primer vagido del español fue una oración!
–Cono ayutorio de nuestro dueño dueño Christo, dueño Salbatore… –anotó el monje de San Millán.
Frente al francés, que surge de un tratado político, o al italiano, que sale de un pleito de tierras de Montecasino (abadía abierta el año que cerró la Academia platónica de Atenas), la lengua española, para disgusto de Gala, que nunca la entendió, nace rezando.
Yo veo a Teodoro llevándose el español como aquel primitivo del mito freudiano que, en vez de mear en el fuego, lo respetó, y pudo así llevárselo y ponerlo (al cuidado de la mujer) a su servicio.
De dar crédito a Freud, la extinción del fuego por la micción era como un acto sexual, un goce de la potencia masculina en contienda homosexual, que no sé yo si explica, en términos psicoanalíticos, el apagamiento del español en España.
