martes, 18 de marzo de 2014

¿Quién dijo que a los rojos no les gustaban los toros?


José Ramón Márquez

Ya están los carteles en la calle. Ahora, al pasar por la esquina de Jorge Juan y Alcalá, ahí estaban pegados, muy pequeños, los carteles del inicio de la temporada en Madrid. Por fin vuelven los toros a Madrid. Lo que acaso no sepa el buñolero que se ha encargado de pegar esos carteles en un sitio tan determinado es que con su simple acción de extender la cola y colocar sobre ella el papel impreso estaba haciendo un homenaje a la más difícil tertulia taurina de las que se hayan dado en la Corte, que es la que en esa misma esquina de Jorge Juan se produjo durante el dominio del terror rojo en Madrid. En aquella ciudad sitiada y hambrienta, unos cuantos aficionados, todos ellos susceptibles de ser generosamente aliviados de manera expeditiva del peso que, a veces, es la vida, se reunían alrededor de un puesto de libros que montaba en plena calle el aficionado don Eduardo Bermúdez,  allí concurrían don Clemente de Oro, don Pablo Ugalde Bañuelos, Alberto Vera, AREVA, y don Manuel García-Aleas a la única tertulia taurina conocida que se haya dado en el Madrid de la guerra. Don Manuel, hijo y nieto de ganaderos, señor de verdad y ganadero romántico de los que ya no quedan,  se había visto obligado en aquellos negros días, a la fuerza ahorcan, a abandonar la capa con que se abrigaba de los fríos trocando además su elegante sombrero de ala ancha por una boina, para llamar menos la atención, si bien jamás renunció a sus características patillas alfonsinas. Así recuerda AREVA aquella tertulia en plena calle: 

-Yo recuerdo a don Manuel durante los días trágicos de la guerra […] lamentarse amargamente, casi con lágrimas en los ojos, de las «razias» llevadas a cabo en las vacadas bravas por la horda. Y hasta en aquellos tiempos agobiantes en que, el que más y el que menos, teníamos hondos problemas por resolver, Manolo Aleas nos hacía olvidar nuestros siniestros presentimientos, animando el corrillo con su charla agradable y repleta de suficiencia que, indefectiblemente, caía sobre el toro.

 Don Manuel García Aleas,
 don Clemente Tassara y AREVA

Ahora el hierro de Aleas, el mítico 9,  cayó en manos de un constructor o cosa así, un tal Vázquez, que bailó sobre la vieja ganadería de toros jijones, santacolomeños, gracilianos, buendías, para acabar eliminando lo anterior,  y cayendo en brazos de esa metástasis del campo bravo que es lo de juampedro, pero en la esquina de Jorge Juan, esta mañana, los carteles de la nueva temporada, trajeron por un momento el aire del recuerdo para el viejo ganadero, siempre orgulloso de la presentación, el trapío y la bravura de las reses que mandó a Madrid, a su Plaza, como aquel toro Malagueño al que le cortaron la oreja para dársela, caso nunca visto, al ganadero.