miércoles, 19 de marzo de 2014

El confusionismo de los toros


Ribereño corriendo a una mano
En este confusionismo que actualmente impera, es donde hay que buscar y encontraremos la diferencia bien patente de muchos buenos aficionados y, por ende, de su alejamiento de las Plazas. En los ruedos se ven muchas cosas que sobran y otras que faltan. Fuera de los ruedos, precisamente en el planeta de los toros antes tan apacible, tan alejado de los embrollos y de combinaciones más propias de lonjas comerciales, tan pintoresco y ¿por qué no decirlo si es verdad?, tan romántico a su modo, los apoderados se producen no como meros administradores de un torero, sino como gerentes de una empresa comercial, atentos más que al arte a la artesanía, más a la consecución de un fin y a eliminar competidores y peligros, que a procurar que el torero toree, con las mayores facilidades posibles, eso sí, pero dentro de unos respetos para el público y para con la Fiesta, que siempre han sido y tendrán que ser la razón de su existencia.

Mi planeta de los toros ya no es el que era. Gentes extrañas, palabras extrañas, extrañas posturas lo han adulterado. Todavía quedan en él rincones puros no contaminados. Todavía se habla en ellos, y se fantasea, y se critica, y se elogia, buscando más la gracia que el mezquino interés. Todavía quedan soñadores que todo lo fían al azar de un toro sin arreglos, que a los arreglos de un apoderado competente y sibilino.

Lo que ahora tropezamos a cada paso son conciliábulos, contubernios, grupitos, alejados los unos de los otros, aislados cada uno en su olimpo o su olimpito. Y eso, francamente, no es interesante para los que nada tenemos que ver con ninguna clase de burocracia, y mucho menos con la taurina
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Antonio Díaz Cañabate
 1950
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José Ramón Márquez