miércoles, 15 de febrero de 2012

Suicidio


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el aborto.

Pero con la crisis arrecian las noticias de personas que se quitan la vida al caer en el paro, y este estupor del suicidio nos estremece más que el del aborto, sólo porque Camus dijo que no había más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio.

Cuando Camus, el aborto como conquista política sólo estaba al alcance de la vanguardia nazi, para escándalo de un socialista más agudo que Elena Valenciano, Largo Caballero, personaje, según Madariaga, biológicamente católico, pues tenía toda su esperanza en el Santo Advenimiento: la Revolución social, para unos, y para otros, un fajín de general.

El nacionalsocialismo da más importancia a las cosas que a los hombres –escribe Largo, mirando a Alemania–. Es la mentalidad del salvaje que mata a los niños y a los ancianos porque estorban. Eso, aunque se tengan muchos museos y bibliotecas, es de salvajes.

El aborto, en efecto, es el único problema filosófico verdaderamente serio, pero, de las dos clases de filósofos que existen (pontífices a lo Hegel y artesanos a lo Wittgenstein), aquí sólo se han ocupado de ello los artesanos. Esa Bibiana Aído que dice que “abortar es como ponerse tetas”, o ese Chomin Ziluaga, líder batasuno que triunfó como profesor de la UPV y que, citado por Santiago González, dijo a sus discípulos:

En HB somos partidarios del aborto porque cada año lo hacen clandestinamente en Euskadi 3.000 mujeres en condiciones tales que peligra no sólo la vida de la madre, sino también la de la criatura.

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