Jorge Bustos
Me despertó el tañido fúnebre de las campanas que ayer doblaban por Camba, medio siglo después de que el solitario del Palace cogiera el último taxi al cielo de los columnistas, si es que el gremio puede merecerlo. Desayuné necrológicas calientes que me reblandecieron la agenda hasta el punto de cambiar a toda prisa los planes, casi al borde de un llanto teatral, para encaminarme al Hotel Palace en trance de melancolía admirativa, como si don Julio acabara de morirse esa mañana y uno fuera a encontrarse su cuerpo tibio expuesto en la capilla ardiente improvisada de la 383, la habitación que lo hospedó desde 1949 hasta 1962.
—Hoy ya nadie vive aquí, nadie vive ya en los hoteles. Antes era un signo de distinción bohemia —me informa luego Paloma, la relaciones públicas del mítico establecimiento madrileño al que lleva consagrados 17 años de vida laboral.
Y es cierto que la cosa ha degenerado tanto que de hospedar a Julio Camba, a Picasso, a Hemingway, a Einstein, a Madame Curie y a Dalí paseando por el hall un ocelote como si fuera el fox terrier de una marquesa hipocondriaca, el Palace ha pasado a cobijar a Josep Antoni Duran i Lleida, esa lucrativa sinécdoque de una nación que, de haberlo conocido, habría obligado a Camba a rescatar su ecografía del nacionalista embrionario...
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